Estimados lectores, perdonad la osadía de dirigirme a vosotros y, sobre todo, perdonad la imprudencia por parte de los directores de esta publicación digital al prestarse a ello.
Como saben ustedes, pronto habrá de nuevo elecciones a la Agrupación de Cofradías y Corporaciones Bíblicas, por tanto, en breve tendremos una nueva directiva que presentarásus proyectos e intentará mantener un rumbo determinado en su mandato. Mis mejores deseos para ese grupo de valientes que están dispuestos a dedicar su valioso tiempo a tal cometido, a veces tan ingrato.
Entre los distintos retos que la nueva directiva tiene por delante, en mi opinión, existe uno que, por la trascendencia del día, la magnitud del problema y las consecuencias que el no hacerlo puede tener, debería ser tomado como prioritario.
Queridos lectores, ¿estamos de acuerdo en que el Viernes Santo (día) tiene un grave problema desde hace años? Y pregunto porque parece ser que algunos quieren seguir mirando hacia otro lado, haciendo caso omiso a aquellos que lo venimos advirtiendo desde hace muchos años, un negacionismo que tiene su más concurrida parroquia en el seno de la principal Cofradía, la de Ntro. Padre Jesús Nazareno, y en determinadas corporaciones y ambientes donde el “esto siempre ha sido así” sirve para intentar tapar las vergüenzas de una jornada que año tras año demuestra carecer del esplendor que debiera tener el “día grande” de nuestra Semana Santa y, de camino, defender una postura inmovilista.
Cierto es que la anterior directiva intentó sin éxito mediar entre las distintas cofradías y, ante la falta o incumplimiento de algún acuerdo, los cruces de declaraciones y los comunicados en prensa local, solamente pudo consensuar alguna medida a modo de tirita para toda una hemorragia. Algunos tenemos la impresión que ante la falta de acuerdos, las presiones recibidas y la falta de consenso en el seno mismo de la directiva, se acabó desistiendo incluso de controlar que la “tirita” mencionada no se despegara en el transcurso del día en cuestión.
Y la hemorragia continuó su curso, y cada Viernes Santo se vuelve a hacer palpable una triste realidad: que ya no es ni sombra de lo que fue. Y el que no quiera ver esto es porque se tapa los ojos, se esconde tras un bastón o un varal, o detrás de su rostrillo, su celada o su capacha de cup.
Desde mi posición, después de más de treinta años sin faltar a una cita con mi cofradía (2020 por desgracia puede que sea el primer año que no esté), observo como la procesión carece totalmente de sentido en los términos actuales, por su desorganización y su extrema duración, debida fundamentalmente a los parones para la incorporación de figuras en distintos tramos.
Y, sobre todo, el parón de mediodía degenera en ridículo, el mayor y más difícil de explicar de los sinsentidos.
Es que siempre ha sido así, es que sois unos comodones, es que lo que queréis es iros a comer y emborracharos… Argumentos como estos, totalmente injustos e hirientes, son los que tenemos que soportar los miembros de las tres cofradías que vamos a remolque del Patrón año tras año, tertulia tras tertulia, no quedando otro remedio para nosotros que poner la otra mejilla para no ser señalados poco menos que como “terroristas mananteros”, enemigos de la tradición, peligrosos subversivos.
Mientras tanto el Viernes Santo se desangra y muy pocos quieren hacer algo
para evitarlo.
A los eruditos guardianes de la tradición, al intachable sanedrín pontano, que juzga y toma partido y pone etiquetas de profanos pregunto:
¿Cuántos días duraba la Semana Santa previa al Viernes Santo hace tan solo 40 años?
¿Cuántas cofradías existían y cuantas existen ahora?¿Cuántos pasos, pues, se procesionaban antes y cuantos ahora?
¿Cuántas corporaciones existían y cuantas figuras tenían que incorporarse entre paso y paso? Pensadlo…
Consecuencia razonable: la gente tenía fuerzas para afrontar y participar del Viernes Santo en toda su plenitud, no había horas suficientes para tanto entusiasmo y vitalidad. Los parones eran mucho más cortos y la jornada se hacía llevadera, era verdaderamente el día grande.
Es decir, la procesión del Viernes Santo día, tal y como la conocemos, se diseñó hace siglos para unas circunstancias que se han transformado radicalmente en las últimas tres décadas.
Continuo con mi ronda de preguntas:
¿Qué ha ocurrido con otras procesiones en los últimos años? ¿Acaso no se han transformado radicalmente acortando y modificando itinerarios y horarios, incluso en aquellas denominadas “tradicionales” por su antigüedad? ¿Por qué se niega al Viernes Santo día lo que se hizo el Vienes Noche (llegaba al Romeral) o, más recientemente, el Miércoles y Jueves Santo por citar algunas?
Estimados lectores, reconociéndome pecador en tantas ocasiones y, por tanto, sin ánimo de darme golpes de pecho, os pregunto: ¿no son todos espectadores y/o participes del espectáculo a modo de romería y festín alcohólico que se representa en el Calvario durante la tarde? ¿no os tomáis unos cups fresquitos vestidos de figura, romano o traje de chaqueta de espaldas a la procesión? ¿Es acaso gratificante y defendible?¿Se está en posición de defender el inmovilismo desde ese tipo de actitudes?
Una esperanza:
El año pasado, por motivo de la amenaza de lluvia, los cuatro pasos se recogieron sobre las tres de la tarde, quedando Jesús Nazareno expuesto en el Pórtico durante varias horas en las que figuras e Imperio Romano pudieron subir a hacer las reverencias.
Nadie se quedó sin su “momento”, la procesión no perdió ni un metro de su recorrido y se acortó en tres horas, un cambio que, de hacerse permanente, podría dar un balón de oxígeno a las tres cofradías que acompañan a nuestro querido Patrón y que, quizás, pudiera ser aprovechable para atraer más hermanos jóvenes y, quizás, poder acometer determinados proyectos ahora mismo imposibles, para mayor lustre y esplendor de un día que, como he repetido varias veces en este artículo, debe volver a ser, por derecho propio, nuestro día grande.
En Argel, a 15 de noviembre de 2019.
Manuel Sebastianes Morales