Pasando por la entrada principal del polideportivo, al asomarte y mirar si viene alguien por la esquina del IES Juan de la Cierva, no puedes evitar ver que desde hace unas semanas, tras el muro del antiguo convento de las filipenses asoma una enorme cruz amarilla… Con una historia detrás que merece ser contada
Hablamos con Rafa Villén, un tipo discreto, amable, con gran sentido del humor (por no decir, un cachondo), siempre detrás de la cruz de madera que lleva en el pecho y con su uniforme negro de Codimar, porque «vengo de trabajar ahora» (según me dice cada vez que pregunto)… Alguien sencillo, pero al que le cambia la cara cuando habla del exconvento o de la labor que allí hacen.
Hace unos meses la imagen de una cruz en un vertedero dio «la vuelta a las redes» y derramó miles de comentarios, quejas, justificaciones… y más allá de las protestas tras la pantalla, hubo quien decidió ponerse a «juntar voluntades para hacer algo». Plasmado en esta enorme cruz de metal de unos 5 metros de altura, construida por Treico (la mano de obra corrió de su cuenta) y financiada por muchas manos, que es como normalmente se consiguen hacer las cosas grandes, con muchas personas detrás y algo que las espolee.
Más allá del símbolo religioso, lo que hay detrás de los muros del ex convento, es una historia de ayuda, de colaboración, de solidaridad… en resumen: de echar una mano a quien la necesita cuando el sistema y las vías oficiales no dan abasto. Eso ya trasciende la fe religiosa de cada uno, exista o no, y nos puede unir a todo en eso de «si la sociedad funciona mejor, a todos nos irá mejor». Una historia, la de este tipo y la del ex convento, que se convierte en la historia de más de 30 familias (que pueden ser como la tuya o como la mía) que es un poquito menos complicada gracias a «esa mano» que tanto cuesta pedir cuando se está jodido.