La noticia de la inminente reconstrucción del volumen de la ermita de Santa Catalina, construida posiblemente en el primer tercio del siglo XVI y demolida casi quinientos años más tarde, ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre determinadas actuaciones culturales.
Puente Genil ha sido desde siempre, desde que tenemos constancia y conocimiento de su actividad literaria, arquitectónica, pictórica… un pueblo culto; un pueblo con ansias de aprender, de saber y transmitir.
Pero la historia es muy larga y está protagonizadas por distintas generaciones. No todas han actuado igual, y además sería absurdo pretender juzgarlas desde una óptica, desde unos valores, principios y forma de vida completamente alejadas de aquella realidad. Y sin embargo, siempre Puente Genil ha acabado volviendo los ojos hacia el respeto al patrimonio herencia del pasado, la perpetuación de las tradiciones, la honra a los mayores y su legado.
Recuerdo que cuando desde la asociación Amigos de Puente Genil pusimos en marcha el proyecto de los bustos de pontanenses ilustres, contribuyendo así a perpetuar una memoria y a embellecer rincones de nuestro pueblo, no hubo quien escupiera sobre ello alegando que “hay cosas más importantes”. Ocurrió lo mismo cuando Puente Genil homenajeó al maestro Fosforito. Y volvió a ocurrir con el anuncio del reconocimiento al trabajo de la mujer membrillera. Y pasa cada vez que el Ayuntamiento patrocina la edición de un libro o algún estudio de índole cultural, o cuando colabora adecentando o blanqueando las paredes de un templo, organizando un concierto lírico, o colaborando con la Semana Santa, o con un club deportivo. Siempre desde las redes sociales, esas que democratizan el insulto y la falta de respeto continuo, se lee o se escucha… “hay cosas más importantes que eso” (a continuación, en un alarde de cretinismo se leen cosas como… “por ejemplo colocar a mi marido”).
Son muchas las personas e instituciones que dedican su tiempo su dinero y sus ilusiones al fomento del saber y del conocimiento, a la conservación de una herencia cultural que lo será también de las generaciones venideras, sólo si somos capaces de conservarla, cuidarla y transmitirla.
Es doloroso sentir determinados escupitajos verbales, ya estén dirigidos a uno mismo o a terceras personas. Y sin embargo, desde la convicción de que es algo esencialmente bueno, quiero felicitar a todos cuantos no cejan en el sostenimiento y preservación de nuestro acervo cultural y, muy especialmente, a las administraciones que lo apoyan y sustenta. ¡Enhorabuena!