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Inmigrantes, emigrantes, migrantes

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Igual antes de nada tocaría tirar de definiciones «inocentes» donde el prefijo lo que realmente matiza es punto de vista del desplazamiento: inmigrante es quien viene a un sitio, emigrante es quien se va de un sitio y migrante es quien se desplaza de un lugar a otro… Así que el término que usemos depende de dónde nos encontremos más que a quién nos refiramos, pero también está, claro, la «poca inocencia» del lenguaje, que siendo realistas, ya nos hemos encargado de meterle nuestra carga ideológica a cada palabra, pero eso, otro día.

En Puente Genil, tenemos el que de facto es uno de los centros de migración más importantes de Andalucía. Desde 1994, el Centro de Migraciones de Cruz Roja Puente Genil da acogida a refugiados de todas partes del globo, desde subsaharianos o magrebíes a balcánicos o latino americanos… Un centro con capacidad para albergar casi dos centenares de personas y cada uno con una mochila detrás que al menos yo no sé si podría cargar.

Hace mucho, una veterana de Cruz Roja me decía «cada vez que veas en las noticias una patera, buena parte de esos pasarán por aquí y cada uno de ellos tiene un historión detrás para escribir un libro» y es que más allá de la noticia a nivel nacional, en Puente Genil sí podemos jugar una parte importante entre los que ya están aquí o pasan por nuestra tierra. 

     

Lo que hemos visto (no vivido, que eso lo han hecho los que estaban allí) esta semana en Ceuta o vemos habitualmente en Canarias o las costas de Andalucía, puede tener muchos nombres: drama, chantaje, operación, crisis… Todo según desde la perspectiva que lo miremos y entre tanta gente evidentemente hay de todo, que si cogemos una muestra de 5 mil pontaneses maravillosos, ya te digo yo que no solo habrá «güena gente» y también estaremos algunos que de angelito tenemos poco.

Todos, en un momento dado, soltamos desde el sofá alguna frase «cuñadil» cargada con la munición ideológica de nuestro color favorito: «nos están invadiendo», «somos cómplices de la situación de su país», «solo vienen hombres en edad militar enviados por…», «pecamos de buenistas», «somos unos desalmados por no abrir las fronteras», «los menores no acompañados (MENAS) tienen poco de menores»… Que sí, que puede ser para quien lo dice todo lo verdad que uno quiera, pero una vez que alguien que está aquí hay que hacer algo: los debates estratégicos para quien los pueda gestionar y aquí precisamente no es el caso.

Cuando una persona, que está jodida, te pide ayuda y está en tu mano dársela, hacerlo o no depende de ti… Y necedades aparte, cuando alguien se va de su casa, de su pueblo y de su familia, estarás de acuerdo conmigo en que «un plato de gusto» no es y por placer igual tampoco lo hace. Evidentemente los que saltan una alambrada saben que están haciendo algo ilegal y que seguramente serán detenidos (y devueltos) si los cogen. Los que pagan a una mafia por un puesto en una patera jugándose un ahogamiento, saben que aunque toquen tierra, es muy probable que vuelvan «a la casilla de salida» pero en peores condiciones aún… Y los que consiguen quedarse una vez llegados, saben que las posibilidades de prosperar son, siendo muy optimistas, remotas… Y pese a todo siguen intentándolo

Recuerdo cuando de crío, estando en Cruz Roja Juventud, hablé por primera vez con una persona negra (no puedo con lo de «de color»), fue una experiencia extraña (por aquello de los prejuicios), pero muy interesante. Me contaba, a mí y a quién quisiera oírlo, en un español muy precario y muy afrancesado, pero con un esfuerzo que era de agradecer, que llevaba una semana aquí, que quería ir a Burdeos porque tenía a conocidos trabajando allí, que llevaba más de un año «de viaje» y tres meses esperando poder cruzar y que no sabía nada de la familia que le quedaba desde hacía meses.

Imagina que estás solo en un sitio donde casi no hablas el idioma, que dependes de que alguien te ayude hasta para tener ropa con la que vestirte o para comer… Si alguien me trata mal, con desconfianza o desprecio entra casi dentro de lo normal y que si a mí me tratan mal voy a desarrollar ese mismo «recelo» cuando no odio por quien lo hace, también podría ser hasta comprensible… Pero, ¿y si me tratan bien?

Imagina ahora que eres un crío, un niñato o un adolescente de 17 años, con la personalidad aún a medio hacer (como todos a su edad, tú y yo también eh!) y que lo único que percibe es comportamiento hostil, ¿qué crees que es más útil? Dos opociones con toda la gama de grises que quieras en medio:       

Opción 1: Echarle una mano o tratar de que aprenda las normas que todos nos hemos dado, que las cumpla y que se integre para que aporte algo a la sociedad que lo ha acogido…

     

Opción 2: Dejarlo «aparcado» en centros masificados y con pocos medios, sin control ni supervisión suficiente por parte de las autoridades y con la tentación de «no portarse bien» siempre presente (como la hemos tenido todos en un momento dado)…

Una vez aquí esos «in-e-migrantes», los ciudadanos de a pie (tú o yo), tenemos tres posturas que elegimos adoptar libremente: hacer algo para ayudarles, no hacer nada y pasar olímpicamente (la mayoritaria, seamos sinceros) o hacer algo para no ayudar. La cuestión es lo que consideres más útil y ahí es donde me gustaría poner el foco, no en que algo sea más humanitario o más buenista, sino en que sirva para algo útil o no.

Recuerda, ya están aquí y eso no va a cambiar, de ti depende cómo quieras comportante y de tu comportamiento dependerá el de los demás, todos somos libres de hacer lo que nos venga en gana… Así que tú mismo.

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