Tras la jornada de ayer, que fue la más dura de la Semana Santa de Puente Genil en su historia reciente, y al amanecer un nuevo día en el que se ha presentado nublado, pero al final, como siempre, sale el sol, toca pararse un momento a pensar, recapacitar y sentir.
Con «la tranquilidad» que da el tiempo, comienzas a ser consciente de que no habrá nada. Que la Mananta se ha atado, por sí misma y con responsabilidad, de pies y manos, y se ha tapado la boca. Se ha echado un velo y de cara al exterior, de golpe y porrazo se ha puesto a dormir cual mes de agosto. Vestida de gala y en mitad de su fiesta, se ha desnudado y se ha puesto el pijama para dormir no se sabe hasta cuándo.
Y sí, seamos realistas. No vamos a ver a los hermanos del Sepulcro salir de su Función para visitar a la Madre de la Isla. No podremos presenciar el reguero de fieles, antes de las diez de la mañana, acudir al Convento y verlos salir de la Función del Humilde, henchidos, con sus claveles «rojo reventón». Será complicado ver el Santuario del Terrible vestido de gala para la Función de las Cien Luces coronando el pueblo de Puente Genil.
Si acercas el oído a cualquier puerta de un templo, no escucharás las voces de esos sesenta ángeles caídos del cielo que se hacen llamar «el coro». No irás al cuartel, y no te pasearás por calle Santos para deleitarte con ese olor a caldo recién hecho, alimento «resucitador» para los hermanos.
Si das una vuelta los viernes, ya no escucharás por cualquier esquina el martillo, el racheo y el crujir de la trabajadera de un puñado de fervorosos valientes preparándose para la Semana más grande. Ni tampoco, verás ese rayito de luz que deja una puerta entreabierta en la calle, señal que algún hermano está preparando el sábado de Cuaresma, que ya está al caer.
Lo de «Quinarios, sermones y letanías…» se ha quedado en veinte días.
Y los sábados… El Calvario volverá a estar repleto… pero de coches. Los tres toques en la portón del Santuario, tampoco. Ni el sonido del cristal. Ni las cajas de los Delgado apiladas en la puerta del cuartel, esperando ser hilo conductor de la hermandad y la amistad. Ni vivas, ni corros cantando a Jesús y a María. Ni ese olor a azufre y habano que se va intensificando conforme se escucha más fuerte el redoble de la caja romana. Ni un gallo verás bien firme capitaneando la escuadra negra de los Ataos.
No se hablará de las vísperas porque no las habrá. Y si la rosa estalla (porque Él quiera), allá por el mes de abril, no habremos visto su desperezo en el tiempo de capullo; no la veremos crecer hasta hacerse grande y hermosa.
Nuestra Vieja, ¡se ha quedado con cuatro patas! ¡Cómo es posible esto! El cuartel nos llama de forma incesante para que lo sigamos llenando de vida, memoria y sentimientos. Pero no, no va a poder ser. Quedará cerrado como en tiempo estival.
Si pasas por la puerta de la lavandería Guerra, verás túnicas, capas y toneletes con semblante de tristeza, con colores apagados, tapados con un plástico y con muy poca esperanza de que este año vuelvan a la vida. Las calles quieren chirriar el Lunes de Pascua. Las Iglesias quieren abrir para presentar las Imágenes que los fieles hermanos de mayordomía han preparado de forma primorosa. Los plásticos de los pasos, la cera fundida quiere ser también protagonista una vez al año.
Los trajes quieren seguir acumulando en su bolsillos de las chaquetas almuerzos de hermandad año tras año. Pero no, no va a poder ser.
Pero tengamos presente, hermanos, que la Mananta la tenemos dentro de nosotros. Que en julio cuando una persona grite «¡Viva el Humilde!», estaremos saliendo por la reja del Convento con nuestro clavel hacia el desayuno del Cirio cogido del brazo de alguien querido. Cuando digamos «¡Viva el Terrible!» en septiembre, estaremos viendo una Plaza del Calvario llena de hormigas celebrando la Función del Patrón. Y seremos costaleros sin cargar kilos. Y escucharemos al coro, porque el coro lo tenemos en nuestro ser.
Y bajaremos la pata cada sábado, y entonaremos la copla de nuestros amores. Y brindaremos sin brindar, y abrazaremos sin abrazar. Y las vísperas, las tendremos dentro, como cual manantero ama a lo suyo. Y a Jesús subiremos, a pedir y a cumplir con nuestro cometido.
Porque no habrá todo lo anteriormente dicho. Incluso previsíblemente más. Pero a los mananteros no nos suspenden la Mananta. Nunca podrán quitarnos algo que está en nuestra forma de ser, vivir y de sentir, por mucho Coronavirus que venga con su guadaña a intentarlo.
Y sí hermano, pronto estaremos con nuestra traje, acicalados con nuestra mejores galas, calle Aguilar abajo para escuchar el pregón de Semana Santa y disfrutar de un bonito e inolvidable Domingo de Ramos. Siempre… siempre bajo el amparo de Jesús y María y tras haberlos honrado toda una excelsa Cuaresma.
¡Viva la Mananta!