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LA PANDEMIA Y LA POSTPANDEMIA. LA NUEVA NORMALIDAD VERSUS LA ANTIGUA REALIDAD (O DE AQUELLOS POLVOS, ESTOS LODOS).

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No paran de repetirnos que debemos prepararnos para la entrada en la nueva normalidad, la que se está asomando a nuestra cotidianeidad, y que se me antoja muy difícil de asumir por parte de una sociedad que estaba instalada en la idea de que éramos un país solvente, pero que la realidad ha demostrado todo lo contrario. Una España emergente del túnel de la crisis de 2008, que supuso el desmantelamiento de un estado del bienestar, que a todos se nos reveló ficticio, puesto que aunque veíamos prosperidad por doquier, no resultó ser más que una burbuja infame que había dado al traste con la mal llamada clase media, que era inexistente en la mayoría de los casos, al toparse gran parte de los trabajadores con que sus sueños forjados en las décadas anteriores se hundieron: no éramos otra cosa que asalariados que nos habíamos quedado al albur de la protección de unos gobiernos manifiestamente inoperantes.

Nuestro estado del bienestar era una falacia, quedaba lejos de ser comparable a los estados del bienestar centro y norteeuropeos, donde la alternancia de una socialdemocracia y un conservadurismo “civilizados” habían hecho posible el confort de una sociedad devastada después de la segunda guerra mundial. En Europa, no se atisbaban las derivas filofascistas, xenófobas y sembradas de odio, que propiciaron los atentados yijadistas, la enorme presión ejercida por los migrantes y refugiados y por la severa crisis que asoló el continente. Mientras, en España, la sucesión de unos gobiernos corruptos nos habían instalado en el clientelismo y en el derroche. La ingente cantidad de dinero público malversado podría habernos servido para homologarnos a esas democracias “sólidas” que son nuestros socios europeos, básicamente los que fundaron el Mercado Común Europeo, semilla de la actual Comunidad Económica Europea, a la que accedieron sin ninguna dificultad países del este con escasa homologación democrática, la que sí le exigieron a España en los años ochenta. Extraño es que esos socios “paganos” nunca nos exigieran rendir cuentas del dinero que a espuertas empezó a llegar a España. O no, puesto que llegado el momento, y tirando del refrán de “ya pagará el borracho el vino que se ha bebido” se nos impuso un rescate infame. Infame, porque el conjunto de la sociedad ha tenido que pagar el famoso “café para todos”, cuando en realidad fue café para unos pocos, de ahí las diferencias sociales y las brechas surgidas durante la crisis y en los años sucesivos.

Esos dineros debieron de haber servido para crear una infraestructura sanitaria y educativa del siglo XXI, pero que con los famosos recortes, practicados por unos y por otros, se quedaron ancladas en el siglo XX. Esta pandemia nos ha demostrado que nuestra capacidad sanitaria deja mucho que desear, como también nos ha demostrado que cuando llegue la hora de la nueva normalidad no habrá escuelas suficientes para nuestros infantes, al tener necesariamente que bajar las ratios en las aulas a la mitad. Habíamos tenido tiempo y dinero suficiente para reforzar la sanidad pública con mayor número de camas y mayor número de trabajadores sanitarios, desde médicos hasta celadores y limpiadores. Igualmente ha dejado patente que no se habían hecho los deberes. Como también revela que el día que debamos escolarizar a nuestros pequeños no habrá colegios y maestros suficientes. Y es que convivía la comunidad educativa con unas ratios profesor alumno que ya era sabido que eran insostenibles para una buena formación de nuestros hijos, amén de unas instalaciones y edificaciones manifiestamente mejorables. No hay más que acudir al último informe Pisa para saber de qué hablo, en él se constata que España se sitúa por debajo de la media de los países de la CEOE, y que estamos enormemente distanciados de los primeros países del ranking. Y la cuestión no es para tomársela a broma: se trata del futuro de nuestro país. 

     

En esta nueva normalidad, en la que va a ser imprescindible la implicación del estado, en la que vamos viendo que tras los costes de la crisis sanitaria, habremos de asumir otros costes sociales,  no podremos encomendarnos a la “solidaridad” de nuestros socios, puesto que ya nos han indicado que teníamos que haber sido más previsores.  La única solución que se vislumbra es un nuevo rescate, rescate que volveremos a pagar todos. Lo público tendrá que socorrer a una sociedad sin recursos para hacer frente a nuestro mermado tejido productivo, en aras de un mantra que no se han cansado de repetirnos de que nuestro papel era el de prestador de servicios, lo cual nos ha llevado a aferrarnos al turismo como una de las fuentes principales de riqueza, y un alto impacto en nuestro producto interior bruto. Sin industria pesada, inexistente desde los años ochenta, al igual que los astilleros y la minería. Con un sector agrícola lejano de ser la “California” de Europa, por mor de unos cupos que siempre privilegiaron a la Europa de los Seis; y con una masa social con escasa formación profesional con la creencia de que un país de licenciados y universitarios nos iba a resolver el futuro, difícil lo vamos a tener. Tenemos una generación de jóvenes increíblemente formados, que ya tuvieron que emigrar, la generación perdida entre dos crisis.

En lo social no nos quedamos atrás: con un neo nacional-catolicismo, envuelto en la bandera, mirando a Dios, pero abrazado férreamente al liberalismo más feroz, ese que ignora a los más desfavorecidos, y que pretende convertirnos a todos en “emprendedores” sin atender ni entender que no todo el mundo tiene los medios ni la preparación para tal fin. Se ufanan en la caridad, mientras que se olvidan de la justicia social, de la redistribución de la riqueza y de la protección de los más necesitados: ¿dónde están la Carta Encíclica Rerum Novarum del papa León XIII sobre la situación de los obreros, de 5 de mayo de 1891, el Concilio Vaticano II y la vocación de pobreza de la Iglesia? Han arrastrado por el fango el nombre del Sumo Pontífice, el padre Jorge, por el mero hecho de seguir la doctrina de la Iglesia de protección y atención de los pobres. Pareciera como si en la elección de este Papa no haya intervenido del Espíritu Santo.

En el otro fiel de la balanza tenemos a la vieja socialdemocracia, si es que alguna vez lo fue. Desde principios de los años ochenta se entrega a san liberalismo económico, y paradójicamente va desmontando parte del entramado productivo de España. Esta socialdemocracia, conocida en nuestro país como “socialismo”, más necesitada que nunca de apoyos por parte de los nacionalismos periféricos y de la llamada izquierda española tradicional, en muchas ocasiones inmovilista y en otras demasiado visionaria. Su alianza con los primeros ha generado graves tensiones al propiciar la reaparición del viejo nacionalismo español. Su alianza con los segundos ha abierto un apasionado debate entre la doctrina socialdemócrata y el llamado “socialismo del siglo XXI”, que propicia la conjunción de un trípode de agentes compuesto por la ciudadanía, el sector público y el sector privado, completándose con una cuarta pata: el acceso a la tecnología de toda la población, más necesario que nunca para la nueva escolarización, como se ha visto a lo largo de la pandemia o el acceso al teletrabajo, hasta hace unos meses impensable en España. Mientras tanto, la socialdemocracia, que coincide en lo social, en parte, con el socialismo del siglo XXI en la inclusión social promoviendo un estado solidario que redistribuya los ingresos, y que estimule la creación de la riqueza, sigue fiel en su aceptación del capitalismo y el modelo de economía social de mercado fundamentado en el mercado y los consumidores, al tiempo que teje los mimbres para que lo anterior sea posible.

No podemos olvidarnos del papel fundamental que deberán jugar las mujeres en la nueva normalidad, más emponderadas que nunca y dispuestas a eliminar la brecha salarial y el famoso “techo de cristal”. Papel que pasa por dejar de ser amas de casa y esposas fieles para que con su contribución al mercado de trabajo puedan coadyuvar a paliar la crisis que se nos avecina. La quiebra de la Seguridad Social, y una población cada vez más envejecida son factores también determinantes, al ser grande y onerosa la carga de tanto pensionado, que se verá seriamente incrementada por el acceso de los nacidos en la época del “baby boom” a las prestaciones por jubilación.

Como podemos ver, grandes son los retos que se nos avecinan: mejora de la sanidad y de la educación públicas, resolución de conflictos sociales generados por dos modelos económicos absolutamente contrapuestos, el acceso de los más desfavorecidos a las nuevas tecnologías, la irrupción cada vez con más fuerza en el mercado laboral de las mujeres, la financiación de las cargas sociales, la conveniencia o no del incremento de la imposición fiscal a las grandes fortunas, las relaciones entre el estado y los agentes sociales, etc… Esperemos que sepamos estar a la altura. ¡Ah, se me olvidaba! También habremos de procurar que de una vez por todas el solar patrio, sea eso: la patria de todos, y seamos capaces de resolver conflictos decimonónicos, que ya hace tiempo que se antojan un poco trasnochados.

J. Mariano Melgar Aguilar       

     
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