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Lapidación pública

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En los dos últimos días hemos asistido a una lapidación pública, en la plaza del pueblo, a una serie de personas que cometieron un error y lo han reconocido.

Hoy en día la plaza del pueblo, como todos sabemos, son las redes sociales. Hemos presenciado un ensañamiento que en muchas ocasiones ha pasado de la crítica al insulto, la difamación y la calumnia.

Que los responsables de la Cofradía se equivocaron, lo han reconocido ellos mismos. Ni siquiera vamos a entrar en discutir sobre la legalidad del acto, que como todo en estos días, no está nada claro. Lo que si es obvio, es que fue un desacierto. 

     

Los artífices, y sobre todo, Mariola González, que ostenta un cargo público en el Ayuntamiento de Puente Genil, ya lo ha reconocido y ha dimitido devolviendo su acta de concejal, con todo lo que eso conlleva profesional y personalmente.

Pero el error cometido, no creo que esté a la altura del castigo recibido. Castigo, como digo, en modo de insultos, calumnias e injurias, que más que una expresión de enfado por los hechos, se ha convertido en un derroche de bilis, odio y prejuicios.

Y es que la ira de la masa, no iba dirigida a esas personas, ni siquiera al acto en sí. La desmesurada respuesta ha sido una suma de iras, una suma de cuentas pendientes en la que los protagonistas, se han encontrado en el centro de una diana con diferentes tiradores, casi sin saber por dónde le venían las flechas.

En primer lugar están los que realmente, y de forma individual, han visto un agravio comparativo, en una situación de pandemia mundial, con decenas de muertos diarios, en la que te limitan a 3 las personas en los entierros (que manda huevos como diría un exministro…).

Luego están los que han aprovechado la situación para dar cera al Ayuntamiento y al partido que lo gobierna; la presa se puso en bandeja y aquéllos con cuentas pendientes, han tenido la oportunidad idónea para atizar al PSOE.

En un tercer lugar están los que ven en la Iglesia poco más que a un demonio, con cuernos y rabo; esos también han tenido su cuota de protagonismo en esta historia y han estado prestos a coger las primeras piedras y lanzarlas, a una diana fácil.       

Y por último está, nuestra Semana Santa; amada por unos y denostada por otros. Una oportunidad magnífica para despellejar a los Mananteros. Hay profesionales de tal dedicación, que aprovechan la mínima para relacionar Semana Santa con borrachos, juergas, ruido y otras lindezas varias, y no rechazan una oportunidad para meter el dedo en la llaga.

     

Dicho esto, reconozco que los implicados, lo han puesto fácil.

Y las redes han obrado el milagro.

Internet, una tecnología que ha significado el mayor cambio en la humanidad desde la revolución industrial, una herramienta tan poderosa que en las manos apropiadas es riqueza, salud, prosperidad, evolución y progreso (no confundir con “progresismo”); pero que en poder del mal, se convierte en estafa, crimen, terror, abuso e involución.

En el centro de estos dos grupos, estamos el resto, el común de los mortales. Aquellos que no sabemos darle un buen uso, pero que tampoco tenemos maldad. Aquellos que confundimos un foro de Facebook, donde todo queda negro sobre blanco, con las conversaciones de barra de bar o de descansillo de escalera.

Aquellos que no saben la diferencia entre decir “ese político tal es un chorizo”, charlando con un amigo y con una cerveza por delante, y la de escribir “ese político tal es un chorizo” en las redes sociales (en muchas ocasiones bajo un seudónimo).

De hecho muchos nos convertimos en delincuentes sin darnos cuenta. Sí, en delincuentes.

Y todo amparado bajo la “libertad de expresión”. Si la libertad de expresión hablara y pudiera contar todas las aberraciones y barbaridades que se han dicho en su nombre…

La libertad de expresión, un derecho constitucional propio de los estados libres y democráticos, igual que su hermana la libertad de prensa, terminan donde comienza la injuria, la calumnia y el derecho al honor. Y eso último es lo que se nos olvida, o simplemente en la mayoría de ocasiones, ni reparamos en que nos estamos pasando de la raya.

Las redes sociales nos convierten a todos en jueces y ni cortos ni perezosos, estamos siempre prestos a dictar sentencia. Yo el primero, ojo!

El error que hemos juzgado estos dos últimos días, el acto que le ha costado el cargo a una concejal (seguramente con motivos), no debe seguir siendo la excusa para descargar nuestra adrenalina, que en estos días es mucha por el estado en que nos encontramos; nuestra impotencia, por la situación que estamos viviendo que se nos escapa del entendimiento; y nuestras miserias, que en estos casos se nos ponen a flor de piel.

Paremos esto de una vez.

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