Publicado en El pontón nº 18, enero 1988
Original de Miguel Jiménez López
Alfonso Fernández Ruz es el joven Presidente de la Asociación de Padres de Disminuidos Físicos y Psíquicos desde hace unos tres años. Al mismo tiempo es el Director del Centro Ocupacional Juan XXIII, que se abrió como una nueva experiencia integradora al acceder él al cargo. Su relato llevaría muchas más páginas de las que aquí aparecen, porque sus inquietudes y sus proyectos son tan numerosos y enriquecedores como requiere el reconocimiento de los obstáculos y dificultades que escoltan a todas las verdades dolorosas.
«El nombre del Centro fue idea de Federico Abaurre Reina en los tiempos en que fue secretario de la Asociación de Padres de Disminuidos Físicos y Psíquicos. Ocurrió que al fundarse el colegio en el Convento de los Padres Franciscanos en La Victoria apareció un cuadro con la efigie del Papa Juan XXIII. A Federico le pareció el hallazgo de buen augurio y, como buen secretario, lo conservó para cuando hubiera una sede propia. Hoy preside el comedor que tenemos en la antigua fábrica de Foret. El primer presidente de la Asociación fue Mario Reina y para hacer posible una escolarización de los niños, se fundó un patronato que contrataba a los maestros y servía de interlocutor ante el Ministerio de Educación y Ciencia y así canalizaba la ayuda oficial. En aquellos tiempos eran numerosas las personas que colaboraban y muy especialmente la Asociación de Viudas que asistía a los niños durante las ausencias de los profesores. El fin último de todos los asociados era conseguir un colegio público de educación especial y en este sentido se hicieron multitud de gestiones que finalmente culminaron en a hermosa realidad del Centro San Alberto Magno en la carretera del Palomar. Con su puesta en marcha y al constituirse como colegio público, la Asociación se retiró a los pocos años, ya que al parecer su tutela no era necesaria. Pero con el tiempo los niños escolarizados se fueron haciendo mayores y al superar los 18 años no se les permitía asistir a las clases. De este modo se planteó la necesidad de buscar una salida a estos niños-adultos, pues no se adaptaban a permanecer todo el día en casa»
De todos los anhelos que el siempre decepcionado instinto de sembrar felicidad pone en el corazón de los hombres, el afán de hacer el bien quizás sea el más disparatado. Y, sin embargo, es el de los más persistentes y afecta a los individuos más notables y distinguidos, a los que poseen el don natural de la bondad, a los mejores. Cierto que la mediocridad resulta una vacuna eficaz contra el morbo de apetecer el bien del prójimo; los mediocres envidian esta predisposición genética; los excelentes exigen la práctica de esta inclinación natural.
«La Asociación comenzó a estudiar la posibilidad de crear un Centro Ocupacional para atender a estos disminuidos y ofrecerles la oportunidad de hacer del ocio algo provechoso. Se pensó en algo consustancial con nuestro entorno agrícola, cultivos, etc. por lo que lo ideal sería una granja agropecuaria. Con esta orientación se siguieron los trámites para conseguir una parcela del IRYDA y hasta se habló con el Presidente del IARA de Córdoba, sin que los resultados fuesen demasiado prometedores. Fue una vez más Federico Abaurre quien tuvo la idea de establecer el centro en Foret. Hicimos una visita a la factoría y aquello ofrecía a la vista un paisaje desolador, tal era la situación de abandono y el forrajal que había en todo el recinto. Tras sopesar las posibilidades que ofrecía y realizar nuevas visitas, nos decidimos a hablar con el Alcalde de entonces, Manuel Baena Jiménez, el cual nos autorizó a iniciar el proyecto, ya que los terrenos son de propiedad municipal por cesión de la compañía DASA. Así fue como comenzamos el primer año, trasladando a cuatro niños diariamente en un taxi y adecentando el solar con la ayuda de una familia de los huertos familiares que al mismo tiempo atendía a la custodia de los niños. Al segundo año se contemplaron nuevas perspectivas gracias a los ahorros de la Asociación con los que fue posible separar una de las naves y hacer un comedor para servir a los 12 alumnos puesto que ya teníamos el almuerzo que gentilmente nos enviaban del colegio San Alberto Magno. Hoy son 24 niños y para el curso próximo se esperan unos 35 estables de promedio. El ideal es alcanzar los 60 internos».
En el fondo de sus ojos baila esa brillante luz negra tan española, que a veces se llama estoicismo, otras, escepticismo, pero que sólo es el faro delator de un entusiasmo interior balsamizado por el temple de un hombre que sabe esperar el momento oportuno. El mejor remedio contra la inoperancia es conocer en una todas las circunstancias que nos rodean. Echar una ojeada en nuestro entorno suele ser una buena cura para valorar la meta a conseguir, para llegar finalmente al convencimiento de que ciertas cosas deben alcanzar el grado de inaccesible para cobrar más valor.
«La práctica que se sigue en el Centro Ocupacional Juan XXIII es la adaptación a las existencias. Hay una superficie de unos 47 mil metros cuadrados. Para el cultivo habrá unas 3 Has. y el resto son edificios. Hoy contamos con la ayuda de la Consejería de Trabajo y Seguridad Social, de la Diputación Provincial y, naturalmente, del Ayuntamiento, al que si bien pagamos un alquiler simbólico, nos subvenciona anualmente. En esta fase de la Asociación nos ayudaron igualmente muchas personas, entre ellas Lorenzo Contreras (q.e.p.d.) que fue decisivo para la cesión de los terrenos y Luis Fernando Gómez de Cisneros que redactó los estatutos, amén de apoyarnos económicamente. Al principio los diversos invernaderos se dedicaron a claveles, con el apoyo del I.N.E.M. y Rafael García Chaparro, con la finalidad de que la granja experimental tendiera a una explotación remuneradora al tiempo de adecuar al minusválido a la naturaleza y al aire libre. Hoy se orientan los cultivos a la alimentación de los alumnos para conseguir una autonomía, una autosuficiencia. Los pastos son para el ganado, los productos de la huerta para el comedor, las vacas para obtener leche, queso y carne de los terneros, las gallinas para huevos y carne… y así sucesivamente. Tenemos toda clase de legumbres, vacuno, cerdos, conejos, cabras, faisanes, codornices, palomos, etc. Los invernaderos se emplean ahora para cultivos hortícolas, fuera de estación. Por otra parte, las niñas tienen un taller donde hacen alfombras y jerséis para el propio consumo. Todo queda en el centro. Disponemos por el momento de cinco personas que cuidan de los alumnos, hacen la comida, etc. Hacemos una agricultura biológica en la que se excluyen los productos químicos. El abono es estiércol, en el molino los piensos se hacen sin correctores, la recolección es manual. En suma, todos los métodos son naturales para completar totalmente un ciclo biológico».