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Las entrevistas de El Pontón, hoy con… MANUEL CHICANO GUZMÁN, «MAESTRO CHICANO»

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Manuel Chicano Guzmán, «MAESTRO CHICANO«, se muestra reticente a la entrevista, tal es su rechazo innato a salir en los papeles. Para incitarle le recuerdo otra similar publicada en el Diario Córdoba hace dos años, realizada en una noche de vino, cante y rosas. Al fin se ablanda, consiente, encendiendo el sempiterno cigarrillo, que nunca se le cae de las manos. Al trasluz del ocaso que nos alumbra, se observa que la veteranía ha agregada a su rostro la devastada hermosura de la sabiduría y el tiempo.

«Nací en el Callejón Alto. A mi madre la trajeron para dar a luz en un borriquillo desde el cortijillo «San Cristóbal», que era de mi abuelo, por la Cañada Afán. En 1919 y en el campo no había unos medios de locomoción muy cómodos precisamente. Me crie en la finca «Las Cobatillas», y más tarde mi familia se trasladó a la Cuesta de Málaga donde mi padre tenía una tiendecilla con la que, además de vender en el barrio, surtía a las cortijadas a las que se trasladaba con un mulo para transportar sus vituallas. Mis primeras letras me las enseñaron en la escuela de «El Penco», en la calle Fernán Pérez. Todo lo que sé lo aprendí en plan autodidacta, sobre todo en la mili. Después de la guerra me libré de aquella prolongación del servicio militar por ser el mayor de una viuda con siete hijos. Sin embargo, me eligieron para la División Azul, y así anduve por tierras rusas destinado en el arma de artillería. Conmigo hubo varios paisanos, entre ellos Mariano Moyano Reina y su pariente Francisco Moyano. Este último organizaba con los pontanenses algunas anécdotas simpáticas, como aquella en la que desfilamos con túnicas de romano a treinta kilómetros de Stalingrado. También tengo recuerdos menos agradables de aquella etapa, por ejemplo, trozos de metralla en las piernas a resultas de la explosión de una granada. Al regreso al pueblo trabajé en la fábrica de FORET durante cuatro años. Pero después del trajín de la guerra, el pueblo me parecía monótono, y por ello decidí irme a Barcelona donde recalé en una fábrica de la misma firma donde se producía agua oxigenada».

El cante no depende de las facultades sino del calor de la sangre, del amor y de los celos, de la ilusión y la pena. El Maestro Chicano ha sabido siempre darle el tono apropiado, ese misterioso ritmo que no tiene nada que ver con cosa alguna audible, sino con el fondo mismo de la estructura del cante. Él ha prodigado su voz sin cicatería. Ha sido tan generoso cantando que, quizás por ello pocos han sabido valorarlo. 

     

Tampoco le importa demasiado, porque se siente con toda propiedad un juglar que entrega su corazón a la menor oportunidad.

«Al poco tiempo me saqué el carnet de artista de variedades y formé parte de una compañía que anduvo varios meses por Zaragoza y provincia. Ocurrió que la empresa, constituida sin ningún capital, terminó naufragando y se desbarató. De este modo di en ser agente de seguros, primero en Zaragoza y más tarde en Sabadell y otras poblaciones. Por este tiempo interpretaba canciones aflamencadas, zambras, soleares, etc. El examen para incorporarme como cantante en el famoso «Paralelo» barcelonés lo superé a la primera y eso cantando, que nunca había cantado, acompañado de piano. Los avatares de la vida me hicieron regresar a Puente Genil donde comencé a trabajar de peluquero con mi mujer. Aprendí la profesión en las demostraciones de casas comerciales y me hice cosmetologista especializándome en tratamientos del cabello. Con todo esto, debo decir que siempre mantuve mi vocación flamenca en todo momento. En el Bar X cantaba flamenco, boleros, etc. De niño aprendí a cantar escuchando a mi madre que mientras hacía las faenas domésticas interpretaba a la Niña de los Peines, especialmente por seguiriyas. Luego me fui puliendo escuchando a los mejores en los festivales durante cerca de treinta años. He actuado en todos los festivales benéficos de la comarca y en todas las peñas de la provincia, incluso he sido miembro del jurado en muchos concursos, sobre todo en el de Montalbán, población que me requería para este cometido siempre que se organizaba un certamen de esta naturaleza».

La vida se nos impone con todas sus condiciones: lealtades, pasos inciertos, la meditación de lo que fuimos y la reflexión de lo que somos. Todo ello se refleja en su rostro, que aparece cincelado como una leyenda griega. Anduvo de un sitio a otro con el lujo cosmopolita del hombre libre que nunca olvida el terruño. No dejó de querer a su pueblo, ni a su Terrible, porque como hombre sabio, habla lo preciso, y sabe, con la intuición de los artistas, que el único mérito adquirido es vivir la vida, y que para morir basta un metro cuadrado de tierra ajena y un corazón que quiera detenerse a tiempo.

«Antes, en la juventud, cantaba lo que sabía. En la madurez sabía lo que cantaba. No tengo preferencia por ningún cante, aunque hoy me guste más la malagueña, porque ha sido el que más trabajoso me ha resultado de aprender. Manolo Caracol ha sido el que más me ha dolido, el que más duende tenía, cantase lo que cantase. Chocolate también me gusta, aunque sea desigual y poco ortodoxo. Fosforito me agrada por su talento y Camarón era de mi gusto en sus comienzos. Antonio Mairena ha sido el más largo y el más completo. Bernarda y Fernanda dicen unos pocos cantes, pero te barrerán el sentimiento. Sin falsas modestias, yo implanté la Misa Flamenca en Puente Genil, y es difícil porque suelen ser a unas horas poco propicias y causa un gran respeto el recinto, además de la gran responsabilidad que se contrae. Los aficionados pontanenses me hicieron un homenaje y me entregaran una placa conmemorativa. Soy también socio de honor de la «Peña Frasquito». Se acordaron de mí en Granada cuando el cincuentenario del Primer Concurso Flamenco, en el año 72, aquél que ganó “EL TENAZAS». Me concedieron un premio de 10.000 Pts. y una placa. Dicen algunos amigos que a mí no se me ha hecho justicia. La verdad es que conmigo se ha contado siempre para todo y desinteresadamente. No me importa porque no pretendo nada. Simplemente quiero tener amigos, aunque tenga que pagarme la entrada en los festivales. Es cierto que he rechazado varias ofertas para grabar, pues ya digo que no tengo ambiciones. Si sé que se me considera y se me respeta. No soy polémico ni exigente. Canto saetas y me invitan a numerosas corporaciones. Donde más a gusto las canto, es en las Cien Luces, en la Cofradía de Je sus Nazareno, la única a la que me honro en pertenecer”.

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