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Las entrevistas de El Pontón, hoy con… ANTONIO SERRANO GUTIÉRREZ

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Publicado en El Pontón nº 26, octubre 1988

Original de Miguel López Jiménez

Antonio Serrano Gutiérrez me recibe con la amabilidad que siempre le ha distinguido entre sus paisanos. A los 76 años cumplidos, su aspecto no puede ser más lozano y entonado. Enseguida emprende una conversación llena de alardes memorísticos en la que se remonta a un pretérito muy lejano, que él convierte casi en un presente a fuerza de revelar los más nimios y recónditos detalles del recuerdo. Goza de una memoria prodigiosa y de una lucidez envidiable. 

     

«Nací en la calle Santos, en la casa número cuatro, en junio de 1912. Cuando tuve edad escolar asistí a las clases de Don Antonio Bajo González, un maestro que vivía en la Cuesta Vitas y ejercía en el colegio Martín Rosales, hoy Pemán. Allí leíamos EL QUIJOTE tantas veces que aún hoy día digo de corrido el pasaje de «Las armas y las letras», o el de » Los cabreros». A los once años entré a trabajar en la fábrica «EL CARMEN» llevando espuertas de orujo en la cabeza. El maestro, Antonio Aguilar, en broma, nos azotaba con un látigo para que fuésemos más deprisa, pero luego nos daba un cigarro y nos enseñaba matemáticas, asignatura que siempre me ha encantado. Más adelante entré de aprendiz con Rafael Esojo que extraía muelas sin dolor en la calle Don Gonzalo, donde estuvo hace años el MAU-MAU. De su mano llegué a alcanzar la categoría de oficial. A los dieciocho años me establecí como barbero en la Fuente El Ruedo, entre la Iglesia de San José y El Tropezón. Para ello le pedí el dinero a <a href="http://<iframe src="https://www.facebook.com/plugins/post.php?href=https%3A%2F%2Fwww.facebook.com%2Fpermalink.php%3Fstory_fbid%3D4368578763235475%26id%3D709829229110465&show_text=true&width=500" width="500" height="747" style="border:none;overflow:hidden" scrolling="no" frameborder="0" allowfullscreen="true" allow="autoplay; clipboard-write; encrypted-media; picture-in-picture; web-share">Don Juan Lucena Rivas (el Padre Juan Lucena), un gran hombre, magnífico orador y tan dadivoso que después no quiso tomarme las 250 Pts. que me prestó. A esa edad yo estaba casado y como anécdota curiosa puedo decir que el espejo me costó seis duros y el alquiler del local valía dos reales al mes. A los veinte años, traspasé el negocio porque tuve que cumplir el servicio militar. En 1934 ascendí a cabo de ametralladoras, firmando el nombramiento el entonces Ministro de la Guerra José Maria Gil Robles».

Como poeta autodidacta que es, él sabe que la belleza está oculta entre los bastidores y que si la queremos encontrar tenemos que rasgar el lienzo del decorado. Al final de su dilatada historia personal, en la que necesariamente ha tenido tantas experiencias, ha llegado a la conclusión de que la salvación del hombre como individuo se halla en el retomo a un sentimiento poético de la vida.

«Mis primeros versos los hice a los 9 años con motivo de la Primera Comunión y los recité vestido con mi babero blanco, alpargatas y lazo al brazo. En la mili me animó el capitán durante una fiesta y recité el poema «La vida del soldado» que tuvo muchísimo éxito. Ya no dejé de escribir y de este modo cuando regresé al pueblo enviaba mis versos a la imprenta de Baldomero Giménez (Don Baldo), para su publicación en «El Aviso«. Como a pesar de mi insistencia no conseguía verlos en el periódico, indagué hasta saber por un tipógrafo llamado Montafío que uno de los cajistas tiraba mis trabajos a la papelera. Me encomendé entonces a D. Agustín Rodríguez el cual publicó mi poema en la portada del «Industria y Comercio» en el número de la Feria Real de 1935.

Para entonces ya había abierto mi nueva barbería en Sotogordo, actividad que se interrumpió con mi incorporación a filas en la guerra civil. Tuve suerte, pues fui escogido para el regimiento de Ferrocarriles con destino en Puente Genil y recorrido hasta la unidad de Córdoba. Terminada la contienda seguí trabajando en R.E.N.F.E. y alternando con la barbería en Sotogordo. Ya tenía cuatro hijos y como quiera que cuando se me ponían enfermos era penosísima la cuestión de la asistencia médica me asenté definitivamente en Puente Genil. Trabajé 32 años en los ferrocarriles hasta que, al reparar una avería del exprés Granada a Madrid, en el tramo Cabra-Santo Cristo-Baeza, me caí desde gran altura y me dañé la columna vertebral».

Su poesía se ajusta a los gustos del sur; sencilla, colorista y llena de musicalidad, aunque a veces sea también metafórica y ahonde en la imaginación y en las categorías más elevadas de lo fantástico. Nunca tuvo afanes trascendentes ni el prurito de la vanagloria, tan común en los que ejercitan esta difícil disciplina de poner música a la palabra y vocablos a la irrealidad. Y ello es porque está convencido de que la flor más frágil, más efímera, cumple su función de heraldo de la primavera.

«Una vez jubilado toda mi dedicación la he empleado en la poesía. D. Miguel Robledo Roldán patrocinó mi primer libro «Puente Genil, nido de Amores» del que se editaron quinientos ejemplares.       

Después vendría «Ramillete de Aromas» con la ayuda del Presidente de la Agrupación de Cofradías Don Antonio Reina Parejo. Más tarde se publicó «Estampas Pontanas» con el apoyo de D. Pedro Rivas Bachot. Por intercesión de Don Manuel Baena Jiménez hice el Pregón de la Semana Santa de 1976. En el escenario figuraban Jesús y un romano en un extremo, mientras que yo permanecía en un pupitre tres cuartos de hora. La banda de música de Tomás Ureña tocó gratuitamente y cantaron Juan Hierro y los hermanos Martín Flores. Anteriormente por el año 52, junto con Gonzalo Reina Bajo recité por todos los pueblos de la comarca diversas obras, como «Qué lástima de hombre» y » El país del olvido». Yo sólo pertenezco a la cofradía de Jesús Nazareno, porque creo que la abarca a todas y también porque mi padre fue 78 años bastonero. En el entierro de Antonio Navas, bajo una lluvia torrencial recité un poema que conmovió a todo el mundo.

     

Mi deseo es publicar una antología en tres tomos con lo ya editado y mis trabajos posteriores. No quisiera terminar sin recitar mi composición «MUSA GITANA»

Una cabellera hermosa

bien cuidada y con esmero

sirve de marco expresivo

a un rostro fino y perfecto

que preside muy galante

tan soberbio monumento.

Bajo dos arcos preciosos,

dos carbones encendidos,

una recta entre las rectas

nos va mostrando el camino

de dos preciosos rubíes,

cofre de besos divino.

En un campo de azucenas

dos palomitas bebieron

la exuberante fragancia

que llevas dentro del pecho.

Esas palomas son tuyas

porque contigo nacieron.

Dos columnas de alabastro

sostienen el bello templo

donde se quema el perfume

de nuestro amor más intenso.

Y un bosquecillo agradable

cual oasis en el desierto

nos va mostrando galante

su fémina flor de ensueño.

Si pecando Adán y Eva

del Paraíso salieron,

¿quién no peca ante una flor

con labios de terciopelo?

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