Dar un paseo por cualquier bello rincón – que no son pocos – de Puente Genil es sencillo. Sobre todo si usted opta por caminar por las pequeñas y encantadoras calles del casco antiguo. Pasar por Lemoniez, la Plaza Emilio Reina, Postigos, el propio paseo fluvial, la Plaza Nacional, o la robusta calle Don Gonzalo siempre es una buena elección para mostrar las bondades del municipio. Pero la misma facilidad con la que se extiende una opinión unánime sobre la belleza de este entorno, también lo hace otra opinión pero por la preocupación que suscita.
¿Acaso no le parece grave que la proliferación de palomas esté deteriorando de una manera incontrolable nuestro patrimonio histórico? Lo mismo ocurre en casas abandonadas. Estas aves ponen el vuelo y el ojo – por no decir su vía de escape, que también – en iglesias, edificios y otros inmuebles para ubicar sus nidos, depositar sus excrementos, y en definitiva, poner en riesgo la conservación de uno de los atractivos más indudables que existen en Puente Genil.
Vaya por delante la evidencia de que hay que preservar la
naturaleza y, en consecuencia, la vida de los animales. Pero muchos rincones de
nuestro país presentan una situación idéntica cuyo atajo debe ser una prioridad
para, como poco, crear un muro de contención. Porque es bien sabido que la
reproducción de las palomas es muy complicada de controlar. Aunque eso
signifique que capturar instantáneas de niños dando de comer a estos “ratones
con alas” se ponga difícil.