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Pontanos por el mundo: la jubilación soñada de José Antonio Cabello García

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Tras toda una vida (51 años) fuera de Puente Genil, José Antonio Cabello García cumplirá su mayor deseo: disfrutar de la jubilación en el pueblo que le vio crecer. A pocos días de su regreso al pueblo, repasamos su vida y lo hacemos con una interesantísima conversación en la que nuestro protagonista cuenta con todo lujo de detalles el cariño que le profesa a su ciudad.

PREGUNTA: ¿Cómo recuerdas tú en infancia en Puente Genil?

JOSÉ ANTONIO CABELLO: Es una pregunta que me hace retroceder en el túnel del tiempo, esa infancia archivada muy dentro de mí y que ni siquiera yo la hubiese hecho revivir sin una pregunta tan clave. Hijo de padres, abuelos, bisabuelos… de sangre pontana, nacido en Madrid, pero tan pontano como el que más. 

     

Recuerdo que todos los años íbamos en tren de Madrid al pueblo. El Rápido así lo llamaban, era un tren lleno de alegría, que cuando nos montábamos, sabíamos que íbamos para el pueblo y no había sentimiento más alegre que ese…. Aunque el viaje duraba a veces más de 9 horas, lo disfrutábamos plenamente. El boleto que llevamos era de tercera clase, los vagones eran de asientos de madera y al cabo de los años lo sustituyeron. Solo quedó primera y segunda clase, ¡Madre mía segunda clase que lujo! En aquel entonces…. Recuerdo esa máquina de vapor y mis ojos al final del trayecto llenos de hollín.

Al llegar a la estación del pueblo lo que más me gustaba de ese viaje era asomarme por la ventanilla. En estos viajes todos los niños íbamos tomados en brazos de nuestros padres y una vez en la estación, llena siempre de apogeo. Se encontraban siempre esperándonos nuestros seres queridos. Me entraban unos ataques de nerviosismo que no podía esperar salir por la puerta, sino que mi padre, me tenía que sacar por la ventanilla, como si fuese una maleta para poder abrazarlos.

Una vez en nuestra casa de Miragenil, nos esperaban mi tata con mis queridos primos con los que estaba siempre jugando y pasándomelo en grande, tanto en la casa, como en la calle, ya que los coches eran escasos y lo que más frecuentaban eran borricos y carretas.

También recuerdo, cuando nos íbamos todos al campo, montados en un carro tirado por una mula y subiendo la cuesta Málaga, el abuelo siempre nos decía: ¡Niños tener cuidado!  Porque traviesos, éramos tela.

En mi niñez, le tenía siempre respeto cruzar el puente del Genil, ya que no estaba reformado. Las aceras eran de chapas y estaban sueltas, yo creía que se iban a soltar y me podía caer al río, pero una vez cruzado, se me pasaba todo y otra vez a correr y jugar.

En fin, fue una infancia feliz y diría ciertamente plena para aquellos tiempos.       

P: ¿Qué rincones son los que más frecuentabas cuando de niño, adolescente?

     

JAC: En aquellos tiempos de niño no había muchos sitios donde ir, en verano se frecuentaba ir a la Playa del Membrillo, donde había incluso un chiringuito, tal y como conocemos hoy los de Málaga. Quién me diría de chico, que tanto iba a cambiar al río Genil.  Aún recuerdo de allí el sabor del plato con tomates sal y pimienta a la orilla del río.

Luego, la calle más ajetreada y animada del pueblo no era la calle Aguilar o la Matallana, sino la calle Tintor. En ella estaba situada la fábrica del membrillo el Quijote. Donde yo y mis amigos de toda la vida, esperábamos a los camiones que llegaran al Quijote. Llenos de membrillo y azúcar para poder rebañar lo que sobraba de los camiones, ¡Nos poníamos como el Quico! A veces hasta más de uno le daba una indigestión.

Solíamos jugar a las espadas que nosotros mismos hacíamos de madera. Ya que no existían los juegos de hoy: sino la “una mi mula”; “el rescate”; “el pañuelo” entre otros.

De adolescente, nos sentábamos en las puertas de la calle Tintor para contar chistes y chismorrear del día a día.

Frecuentaba los cines de verano situados en la Matallana y en el Paseo del Romeral, precisamente en la Matallana estrenaron La Guerra de las Galaxias. ¡Qué peliculón! Y después del cine, a tomarnos algo sentados en los bares o bien nos íbamos de guateque de la Estación.

Las plazas y los bares estaban repletas de mucho gentío, los camareros iban con chaquetilla blanca y con su bandeja en la mano, sosteniendo las bebidas y los pedidos con mucha maestría, para pagar, siempre se les llamaba con las palmas y voceando ¡Camarerooo!

Paralelamente y durante algunos años mí adolescencia también transcurrió en Alemania. Fue distinta y chocante. Pero al fin al cabo era parecida al pueblo. Nos íbamos al río Rhein, a tomar unas bebidas y acampar en la orilla. Y los guateques de la estación los cambiaba por unos sótanos de amigos donde se invitaba a todo conocido

P: ¿Qué te llevó a irte a vivir a Alemania?

JAC: Hay que remontarse al siglo pasado para comprender por qué muchas familias decidieron irse de España. La mía fue una de ellas.

Estaba terminando los exámenes de fin de año en cuarto de bachiller, cuando un día como otro cualquiera, cenando en casa, mis padres me dijeron: Jose Antonio nos vamos para Alemania. Mi reacción fue instantánea. ¿Qué futuro me espera?; ¿No sé hablar alemán? Para mí fue un shock el recibir esa noticia, ya que mil pensamientos y preguntas se me pasaban por la cabeza. Mi vida iba a cambiar repentinamente y la ilusión de un futuro en España se acabó.  En un abrir y cerrar de ojos me despedí de mis amigos y al rato estaba cruzando la frontera de Francia con Alemania. Una de las imágenes que no olvido de ese momento fue ver esa pareja de policía alemanes mientras nos controlaban los pasaportes. El respeto que presentaban con su vestimenta verde y rasgos impresionaban.

P: ¿Cómo es la vida allí a lo largo del año?

JAC: Pues tras una vida en Alemania puedo decir que ha sido muy intensa. Ya que por motivos laborales he pasado muchas horas fuera de casa y también en otros países. Pero a términos generales Alemania es monótona, tranquila y muy casera. Se frecuentan los bares que son un tanto distintos a los de allí, se visitan a los amigos en casa para cenar y pasar un buen rato juntos y como no, de vez en cuando ir a la ciudad vieja de Düsseldorf, lugar muy visitado por sus habitantes como también los visitantes, ya que ofrece infinidades de bares uno detrás de otro, los alemanes lo denominan como la barra más grande del mundo.

Las costumbres y cultura alemanas son muy diferentes a las nuestras, durante la época del año se hacen más relevantes, algunas son muy paganas. Entrada la primavera y ya en Pascua, se acostumbra a que el conejo de Pascua, esconda huevos coloridos con chocolate y golosinas en el bosque, llegando a ser un pasatiempo muy emocionante para los niños más pequeños, mientras lo buscan y mucho más cuando lo encuentran y lo gozan.

En verano, concretamente en el mes de Julio, se celebra en Düsseldorf la segunda feria más grande de Alemania, detrás de la famosa feria de Octubre en Múnich, (Oktoberfest), llegando a ser visitada por más de 4 millones de visitantes, tiene una infinidad de atracciones y como no, multitud de puestos que ofrecen la típica cerveza y salchicha alemana.

Ya en otoño y especialmente en noviembre, llega el desfile de San Martin, según cuenta la leyenda, fue un oficial romano que ayudó a los pobres e incluso en tiempos de mucho frío compartiendo su capa, más tarde, sintió la llamada Divina, convirtiéndose en Obispo y más tarde en Santo. El desfile empieza con músicos y el soldado romano, entre medias van muchos niños con sus padres portando cada uno de ellos una linterna de papel hecha por ellos y después le sigue el Obispo y con él otra multitud de niños con sus padres y linternas. Al final del recorrido se realiza una pequeña actuación donde el romano parte su capa para dársela al mendigo. Al final de la actuación van los niños con sus bolsas a todas las tiendas cantando para que estos les den golosinas y así van de una en una.

A primeros de diciembre, llegan los preparativos de Navidad y con ello el mercadillo de Navidad, donde los habitantes van a disfrutar de la infinidad de puestos navideños y su característico vino o ponche caliente.

P: ¿Se echa de menos Puente Genil?

JAC: Claro, de hecho, por fin volvemos al pueblo tras 51 años. Durante todo este tiempo siempre fue mi ilusión jubilarme e irme allí.

P: ¿Que es lo que más añoras de tú pueblo?

JAC: En pocas palabras, Todo; mi familia, mi casa, mis Profetas, mi Semana Santa…

Yo diría, que las personas que están fuera del pueblo, aprecian y reconocen lo que tienen y lo añoran más. ¿Como decirlo? los que están fuera viven del recuerdo y los que tienen el privilegio de vivir allí lo viven cada día y lo miran de otra manera.

P: ¿Cuándo fue la última vez que viniste a Puente Genil?

JAC: Prácticamente todos los años hemos viajado al pueblo. Haya sido en coche, tren o avión. Incluso ni mi estancia en Sur América me quito la ilusión de ir a mi pueblo. Pero la última vez fue en octubre del año pasado. Había que ponerse ya manos a la obra y darle forma a mi nueva vida por allí.

P: ¿Qué es lo que más te gusta hacer cuando vienes al pueblo?

JAC: Sin duda estar en mi casa de la Mina, la disfruto al máximo indudablemente, hacer vida en calle, disfrutar del ambiente que de por sí el pueblo te brinda. Y seguramente con el paso del tiempo a partir de este año será disfrutar de algo que nunca había podido asistir… ¡un Jueves Lardero!

P: ¿Cómo se ve Puente Genil desde la distancia?

JAC: Es un pueblo destacado por su industria del membrillo, conocido en muchos países del mundo y naturalmente sus gentes, el encanto llevado de la mano de nuestra Semana Santa, lo hacen muy singular.

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