«Antonia Scott sólo se permite pensar en el suicidio tres minutos al día…» Este es el comienzo de Reina Roja, de Juan Gómez Jurado (si aún no la has leído, corre a ver a Lola (de La Ideal) o a Paco o Nati (de Delibes) y pídeselo, te encantará)
Este artículo no tiene ni p* gracia… y la verdad, no debería existir, no debería ser leído y por supuesto no debería ser publicado, porque como todos sabemos, de estas cosas no se habla, que es muy contagioso y vaya que se nos pegue a alguno, así que mejor nos quedamos en el titular ambiguo de toda la vida de: «ha sido hallado en su domicilio sin signos de violencia» o «ha sido encontrado su cuerpo en…» o el escueto «fallece…». Porque la palabra que empieza por «s» no se dice, que de eso no hablamos.
En muchas ocasiones hiperventilamos, nos indignamos y nos manifestamos ante causas muy justas y con las que todos estamos muy de acuerdo, que son una lacra de la que nos tenemos que sentir avergonzados y que necesitamos erradicar de nuestra sociedad a cualquier precio… Pero, porque siempre hay un pero, a todos nos parece dar igual esta otra lacra que se lleva por delante a mucha más gente que cualquier otra, que es profundamente injusta, con colectivo muy sobre representado y que además siempre genera el estigma de una letra escarlata cosida al dorso de cada caso, una «s» esta vez y no solo de silencio, que también.
Si te paras a reflexionar un momento y a echar la vista atrás, en Puente Genil, en los últimos años ha habido más casos de los que quizás hemos sido conscientes: desde un tipo afable, deportista y muy querido, que por sus razones entre el corazón y la cabeza decidió borrarse de la ecuación, un emprendedor que que no vio más salida que esa, un chico muy joven y con demasiada «presión social» en el colegio, una adolescente saturada de emociones contrapuestas, una pareja incapaz de encontrar sentido en una larga enfermedad, un buen hombre que simplemente se cansó de que el día a día fuese una batalla laboral o sentimental, un currante «en lo que le salía», a quien dejó de salirle nada… Porque no somos tantos y aquí todos, sin excepción, tenemos a alguien más o menos cercano, que conocíamos o incluso a quien apreciábamos o queríamos, que decidió ya no estar y del que no se habla y seguramente cuando se habló, se hizo hasta con cierto miedo social, pasando de puntillas: «hablando sin decir».
No tenemos estadísticas locales, pero igual nos valen las nacionales o las provinciales. En 2020 tuvimos casi 4.000 suicidios en España, la primera causa de muerte no natural. En la última década, a nivel nacional hay una tasa media que ronda las 8 muertes por cada 100.000 habitantes, mientras en en la provincia la media se sitúa casi 2 puntos por encima, cercana a las 10 muertes por cada 100.000 cordobeses, lo que extrapolando a Puente Genil, daría una media de 2 a 3 suicidios anuales. La proporción suele ser similar a nivel nacional y provincial: alrededor del 70 o 75% masculino y 25 o 30% femenino (aproximadamente 3 hombres por cada mujer). En edad el mayor número está alrededor de entre los 30 y los 50, pero en los jóvenes va al alza.
Si no lo hablamos, no existe
Cuando no hablamos de algo, no existe, ¿verdad? o al menos deja de existir pronto, no duele, o no a mucha gente ni durante mucho tiempo; pero claro, cuando no hablamos de algo tampoco interesa, no «abre telediarios», no hay gloria para quien ayuda a solucionar el problema y no hay foto para quien dedica recursos. Y como casi siempre, nos encontramos con uno de los Quid de la cuestión, esa «palabrota» que escondemos tras la palabra «recursos»: DINERO. Los recursos se gastan en lo que interesa (sea un interés real o creado artificialmente), en lo que da titulares y podemos traducirlo en «voluntades en una urna». No hay dinero para evitar estas cosas de las que no se habla, total para qué: no genera manifestaciones, no genera movimientos en redes, ni mareas, ni indignados, ni… Lo que sí suele generar es un artículo en el día mundial del suicido (10 de septiembre) y cómo no, que algún iluminado con pocos escrúpulos arrime el ascua a su sardina ideológica e intente capitalizar los datos, con una conveniente explicación que homogenice los casos y los convierta en un colectivo que sumar a su causa, que evidentemente solo conviene a él y que dice muy poco de su ética, pero bueno, eso, otro día.
Como diría uno de los Cano refiriéndose a otro tema: «yo no sé ni quiero, de las razones que dan derecho a matar» o a matarse en este caso, no sé qué diablos pasa por la cabeza de alguien que toma su última decisión, pero que días atrás tomaba café contigo, te hablaba de lo agobiado que le tenía el trabajo o la falta de él, los impuestos, la empresa, la pareja, sus proyectos de futuro o la ausencia de ellos… Lo que sí sé, es que cuando alguien está cerca del precipicio, no empujarle más, no cuenta como ayuda…
Así que igual tocaría empezar a hablar de eso de lo que no hablamos
Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención del Suicidio
http://papageno.es/