Durante todo esto tiempo hemos podido ver las redes sociales inundadas de recuerdos, celebraciones y añoranzas de una Cuaresma y una Semana Santa que se nos fue de una forma extraña. Sin tocarla con nuestras manos. Sin olerla ni verla. No pudimos saborearla por primera vez en muchísimos años (la inmensa mayoría de la población no ha conocido no vivir, de forma normal, los días más intensos para el mundo de la Mananta). Sólo hemos podido sentirla, vivirla de una forma muy íntima en nuestras casas.
Estos días soleados que estamos viviendo en la actualidad, serían los días en los que nuestros niños, la savia nueva, estarían viviendo su particular Semana de Pasión. Muchas cofradías de nuestra población han recordado este hecho y han facilitado el poder vivir, en la distancia, sus días más importantes para los protagonistas del futuro de nuestra sociedad.
Los hijos más mimados y los que viven más al abrigo de Puente Genil, también se quedaron sin su tradición más pura. Ellos que, quizás, no encuentran tanta respuesta a esta mierda que que está salpicando a todos y que, de una forma u otra, es un aviso que nos da la vida por tanto estrujarla.
Unos se han quedado sin su»última Semana Santa Chiquita» debido a su edad. Y entrarán en ese pequeño limbo que te obliga la edad en el que tienes demasiada edad para vivir intensamente los días de mayo, y muy pequeño para comenzar a formar parte de la Semana Santa «grande». Otros habrán atrasado su primera Semana Santa. No darán sus primeros pasos con la túnica de su cofradía o con las ropas de su corporación, libres de rostrillos, cual querubines guardando nuestra tradición.
Nosotros, los mayores, nos hemos cobijado al abrigo de la fe. En el amparo del recuerdo de otros años y en el consuelo que tarde o temprano vendrá. Que hasta el año que viene. Pero y los niños, ¿qué?. Sin tener todavía esa conciencia de la fe en Dios que te da la edad. Sin tener grandes recuerdos por llevar poco tiempo en esta vida. Con el único consuelo de la palabra de sus padres prometiéndole que «volverán los días» alguna vez.
Aquí mis palabras de cariño y admiración hacia ellos. A los que un día regirán esta «soberbia tramoya», como diría Juan Ortega. Muchos de ellos no recordarán este año… ¡mejor!. Mi reconocimiento a esas personas que todavía están limpios de egoísmo, egocentrismo, vanidad, hipocresía y todas esas maldades que poseemos el ser humano. Esa savia que corre por las venas de Puente Genil que sólo adolece de poseer gran cantidad de virtudes. Todas las virtudes que aquí representamos; Cardinales, Teologales y Morales. Niños, que un día fuimos todos, en los que sólo cabe lo bueno y que, por gracia de Dios, son maravillosamente inmunes a los sentimientos que mueve la maldad.
Sólo los mueve la pureza. Sólo los mueve el hacer lo que sus mayores. Y que, sin tener la fe totalmente desarrollada, imitan perfectamente, la forma de amor hacia Nuestro Padre Jesús y María Santísima que tiene Puente Genil.
El tesoro más preciado y más puro de nuestro pueblo no pudo abrirse este año. Guardémoslo todo un año de forma correcta, para que el año que viene reluzca más aún. No olvidemos que es el verdadero secreto de asegurar el futuro de la Mananta.