Artículo original de Víctor Reina Jiménez en El Pontón nº 390, diciembre 2021
No logro encontrar la cita, pero juraría que se la leí a don Antonio Machado, que la ponía en boca de Juan de Mairena o de Abel Martín; y decía algo así “de cada diez cosas nuevas que surgen hoy día, ocho son plagio; y las dos que no lo son, miradas con detenimiento, no son tan originales como parecen”.
Cuando a Javier Villafranca, a Rafael Ortega y a mí nos dio por escribir “Cartas de lo imposible”, estábamos absolutamente convencidos de que la idea era, cuanto menos, original… Eso creíamos. Manuel Reina y Miguel Romero, los dos poetas más significativos de nuestro pueblo, carteándose desde el otro barrio y contándose sus cositas, todo en verso, intentando emular, con desiguales resultados, el estilo de cada uno.
Hace poco, huroneando por Internet, sumergiéndome en bibliotecas digitales y demás archivos cibernéticos, di con una rareza que me sorprendió y me desconcertó, a mí, que ya estoy curado de espanto y de perplejidades una rareza titulada “En honor de Rodríguez Marín. Por su elección para una plaza de número de la Real Academia Española”. El libro, fechado en el año 1906 (ya muerto Manuel Reina), una tirada de 400 ejemplares no destinados para su venta, en sí, es delicioso porque narra y describe el banquete que amigos de Rodríguez Marín le dieron con motivo de su nombramiento como académico, dando cuenta de todas las noticas que se hicieron eco en la prensa de la época, de lo que allí se comió y de las intervenciones que cada uno de los asistentes tuvo.
A dicho acto asistió nuestro don Antonio Aguilar y Cano, que era amigo íntimo del homenajeado. Déjenme que copie el fragmento en el que se le nombra:
Y, en fin, D. Antonio Aguilar y Cano, aunque asistió al banquete y había escrito algunos renglones, no se decidió a leerlos, de lo emocionado que estaba; y no es de extrañar, tratándose de Rodríguez Marín, amigo a quien quiere cordialísimamente y con quien sostiene íntima correspondencia epistolar hace más de veinte años. Véase la genial carta que había de leer el docto autor de tantas monografías históricas, el excelente amigo y camarada de su malogrado paisano Manuel Reina:
“Doy por seguro, mi querido Antonio, que no has de faltar a rendir homenaje en el día de hoy, a nuestro amigo Rodríguez Marín. Haciéndolo te honras, haciéndolo te complaces, haciéndolo llevas tu pequeña ofrenda al altar de la justicia, si muchas veces maltrecha, reconocida ahora.
¡Ojalá pudiera yo estar ahí presente, para redimir, en parte, una antigua deuda de gratitud y reciprocidad! Tanto más habría de alegrarme cuanto que podría dar cuenta de viva voz de un suceso que a mi ver bien lo merece y fue como sigue:
Departían no ha mucho en consistorio apolíneo, sobre cosas y casos de las letras humanas, Quevedo, Cervantes, Lope, Solís, fray Luis de Granada, Teresa de Jesús, y otros, no muchos, sus iguales, cuando sin saber cómo, se suscitó la duda de quién entre los vivos sería merecedor de llamarse Príncipe de los literatos hispanos, como antaño lo fue el glorioso Manco de Lepanto. Fueron varias las opiniones, sonaron algunos, muy pocos nombres, y discutido el punto, propuso Quevedo que Cervantes hiciera el resumen y dictara su fallo. Ni tardo ni perezoso, exclamó el aludido: -Hallándose entre nosotros D. Juan Valera, ¿quién duda que ese Príncipe de los estilitas españoles y el Visorey de sus eruditos (digo Visorey, porque nadie es rey donde está don Marcelino), quién duda que ese Príncipe y ese Visorey no puede ser otro que el Bachiller de Osuna, por otro nombre, don Francisco Rodríguez Marín?
Una salva de aplausos y un sonoro concierto de alabanzas fueron la sanción dada por los inmortales a la inapelable sentencia, y mientras ellos se regocijan, yo te escribo para que lo sepas y lo digas, y te envío para nuestro amigo el más sincero y apretado abrazo de
Manuel Reina
Por la copia, Antonio Aguilar.”
Pues eso, que cuando lo leí no pude evitar recordar la cita que encabeza estas líneas y me quedé sumido en la sensación de que la originalidad de “Cartas de lo imposible” palidece frente a la originalidad de don Antonio Aguilar y Cano que, para homenajear a Rodríguez Marín, hizo hablar a su amigo Manuel Reina desde el más allá, sirviéndose de una carta.
No obstante lo anterior, en estas fechas tan señaladas y proclives al desenfrenado consumo, no puedo sino recomendar a los lectores de El Pontón que, con la mayor de las urgencias, compren (aunque ya lo tengan) el libro “Cartas de lo imposible”, y así puedan constatar lo que aquí les cuento. Los motivos para hacerlo son infinitos y, por razones de espacio, sólo daré una mínima muestra. A saber: porque honra a quien lo compra, porque distingue a quien lo lee, porque es barato, porque su importe se destina y aplica a una buena causa, porque llevarlo bajo el brazo induce a la felicidad, porque sirve para calzar una mesa, porque vale para abanicarse, porque se liga más en la calle teniéndolo en casa…
Hay que pedirle el libro a los Reyes; hay que regalárselo a los niños, aunque no sepan leer, que ya aprenderán; hay que comprarlo aunque luego no se sepa qué hacer con él. Y además (hoy estamos que lo tiramos), como promoción especial, con la compra del libro, el director de esta revista invita a una cerveza a condición de que cada cual se pague la suya.
Esta chapa que les doy viene a cuento de que Javier Villafranca no para de decirme que el libro no se vende porque no lo recomiendo ni yo. Y me lo dice a mí, que jamás conseguí vender ni una sola caja de “mantecaos” para financiar el viaje de fin de curso…
Pues eso, que lo compren, y que Feliz Navidad y todo eso. Ea, a cuidarse.