A raíz de la lectura de un interesante artículo sobre urbanismo y territorio, “Peatonalizar la calle para privatizarla” de José Taboada, he estado pensando sobre la problemática local de nuestra ciudad, que no se diferencia mucho de la generalidad.
En los últimos años se está dando en las ciudades, concretamente en los centros históricos y en las zonas comerciales, un proceso de peatonalización de las calles principales.
Objetivamente la peatonalización del espacio público es positiva, porque peatonalizar es sinónimo de humanizar.
Se gana en calidad ambiental (acústica y atmosférica), se reordena el espacio público, se aumenta la movilidad, se mejora la calidad de las vías urbanas (mobiliario urbano, arboleda, etc.) y se promueven nuevos flujos y formas diferentes de usar la ciudad.
El problema está cuando la humanización de las calles no produce nuevas y diferentes interacciones sociales. Por desgracia, la eliminación del tráfico rodado, no responde al intento de generar calidad en el reordenado vial, sino que paradójicamente, la peatonalización al mismo tiempo lleva asociada una privatización del espacio público.
La invasión de las “terrazas”, privatiza y parcela literalmente un espacio que es de todos y en determinadas ocasiones, como ocurre en Puente Genil, no sólo es ocupado este espacio por terceros, sino que además se cierra creando nuevas estructuras (verdaderas edificaciones) que a todos los efectos redundan en la pérdida de calidad espacial, urbanística y funcional.
No estamos hablando de los veladores o las terrazas al aire libre, una costumbre arraigada en nuestro ADN andaluz y potenciada por un clima como el nuestro que nos hace disfrutar y vivir la calle, además de ser un importante motor económico. Me refiero a la lacra, herencia de la Ley Antitabaco, que hace que se traslade el interior de los locales al exterior, pero cerrándolos, climatizándolos y restringiendo su uso, osea, privatizando el espacio público que ocupan, cercenando las vistas e impidiendo la concepción espacial única de tan privilegiadas vías.
No hay más que darse un paseo por la Matallana para contemplar el despropósito al que me estoy refiriendo.
Al mismo tiempo, la semipeatonalización de esta arteria social pontanesa, se realiza a mi parecer de forma incorrecta. La calle no está cerrada el suficiente tiempo como para que los peatones tengamos la concepción de que el espacio es nuestro (aunque esté cortada al tráfico fines de semana y festivos seguimos usando el mismo espacio de las aceras). La permisividad ante los vehículos hace que el uso real por las personas de toda la calle quede reducido a días muy especiales y contados a lo largo del año y para colmo, la pavimentación no está preparada para el peso y el tráfico continuo de vehículos, apareciendo los hundimientos constantes cuya reparación y rotura se convierte en cíclica.
Por otro lado, se hace necesario un acceso, a ciertas horas del día, para carga y descarga de mercancías que suministren los comercios y la hostelería de esta importante vía comercial.
La clave está en una correcta planificación de flujos que permita que un mismo espacio de respuesta a varias necesidades, normalmente con fines contrapuestos.
En resumen, creo que se hace necesaria de una vez por todas la peatonalización, pero sobre todo la reordenación de la Matallana.
Esta reordenación contemplaría las medidas necesarias para convertir esta calle única en un espacio humanizado, cómodo y que de lugar a nuevas interacciones sociales, recuperando lo público para las personas.
Redistribuiría las zonas dedicados a peatones y vehículos, para que las personas ocupen y hagan suyo todo el espacio. Restringiría al máximo el tráfico rodado y únicamente permitiría un regulado abastecimiento comercial. Entoldaría la avenida de forma que hiciera más vivible un espacio que hay que disfrutar sobre todo con el buen tiempo, eliminando las sombrillas y tenderetes de los bares. Llenaría la Matallana de mobiliario urbano que actúe focalizando la interacción de las personas. Suprimiría por completo las estructuras-marquesinas que ocupan, cierran y privatizan un espacio que es de todos, permitiendo por supuesto los veladores y el desarrollo de la actividad hostelera en la calle. Y por último añadiría zonas verdes, espacios de sombra que asociados al mobiliario generen flujos de movimiento y actividad social.
En Puente Genil contamos con una avenida única en la comarca, envidia de todas las poblaciones vecinas, que unifica el comercio, el ocio, el esparcimiento y la cultura urbana, pero que en mi opinión, no se está usando correctamente ni se está aprovechando todo el potencial que tiene.
Creo que como mínimo, habría que darle una “pensadita”, sentando en la misma mesa a hosteleros, técnicos y vecinos para buscar soluciones consensuadas.
Tenemos la obligación de estudiar y analizar la ciudad para dar respuestas adecuadas a las necesidades de quienes las vivimos.