Hoy cumplimos dos semanas del confinamiento en el que está sumido nuestro país por el maldito COVID-19 (un virus al que venceremos; pero que, ¡joder!, qué daño ha hecho). En estos días ya han pasado tres «Sábados de Romanos» y dos semanas de Cuaresma que Puente Genil no ha podido vivir como lo ha hecho siempre.
Seamos conscientes, ahora vendrán los días más duros. Esos días en los que nuestro pueblo se bajaba del tren de la vida y se detenía durante ocho días para ser la «Jerusalén del mundo», como diría Barbeito.
Nuestra Semana Santa, la de Puente Genil, la llamada cariñosamente Mananta, en muchas ocasiones la han querido vestir de fiesta, superficialidad y banalidad. La han disfrazado, erróneamente, personas que no han vivido, verdaderamente, nuestro sentimiento; que no han venido a los lugares correctos. Personas que, por diferentes motivos, desean hacer daño a esta forma de vivir. O personas, simplemente, que no creen.
Pero de los momentos malos, siempre… siempre se obtiene algo positivo. Y este, quizás, sea el más complicado que nos encontremos en nuestra vida. Estos días han servido, y servirán, para sacar a la luz la verdad de todo esto. Las nuevas tecnologías, en esta ocasión, han sido nuestras mejores aliadas. Se ha desechado y eliminado lo ostentoso, la fiesta y el complemento. Ahora no hay calle, bebida, almuerzos o cenas copiosas. No hay retornos al hogar «a las tantas». No hay reuniones de «sólo hombres», ni borracheras a las que agarrarse.
Ahora sólo queda lo de siempre. Lo que siempre ha habido, hay y habrá. Lo que se siente, transmite y vive cada vez que llega esta bendita época. Lo que muchas veces se oculta entre las ropas superficiales a los ojos de los que no quieren ver, pero que siempre está. Ahora sólo queda el por qué y la razón de todo.
En redes sociales hemos podido ver que las Cofradías de nuestro pueblo han puesto a disposición de todos, con un gran y desinteresado esfuerzo, triduos, quinarios y funciones. Rezos y plegarias. Nos han acercado a sus Sagrados Titulares y nos han facilitado el hilo conductor para acercarnos más a Jesús y María. Hemos escuchado al Coro cada vez que con un «clic», hemos querido entrar a la casa de Dios. Han inundado nuestro único contacto con el exterior de la Cuaresma más íntima y verdadera que posee Puente Genil. Nuestro predicadores han venido a nuestras casas a inundarnos de paz, tranquilidad y de Dios.
Pero… ¿y los cuarteles? sin vino y sin viandas, han preparado la mesa más larga jamás vista. Sin mantel, han vestido sus sábados con lo más lujoso que se tiene, la hermandad. No ha habido calle, no ha habido nada que beber ni que comer, «sólo» se han alimentado de Palabra de Dios. De «os echo de menos hermanos». De «gracias por hacerme sentir con ustedes en la distancia». La mesa más larga de siempre se ha emborrachado de poesía, de vivas, de palabras sinceras. De amor al prójimo, a Jesús y a María. Nos hemos hartado de probar del plato de la sinceridad y el sentimiento y nos ha sabido a lo de siempre, a lo que siempre se vive dentro de esas cuatro paredes, la tradición; pero esta vez cocinada de una forma muy distinta. Sin abrazos físicos. La magia de la Mananta ha salido a la calle desnuda. Sin el abrigo de la bulla. Ha salido y se ha asentado en los hogares de cada uno. Con nuestras familias, hijos, esposas, maridos y padres.
Videollamadas, grupos de Whatsapp, Faceebook, Skype… un sin fin de aplicaciones informáticas que han servido para que la Mananta, la que vive dentro de nosotros, podamos sacarla a relucir y podamos vivirla como en este tiempo, Puente Genil, siempre ha hecho.
Y volverán los tiempos… las bullas, la calle, las bebidas y las comidas. Y la Mananta volverá a esconderse en muchas ocasiones entre ellos para que, el que desee conocerla y vivirla realmente, vaya y la busque. Es demasiado valiosa para estar muy a la vista.
