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La calle Aguilar agoniza, ¿hay salvación?

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Una de las pruebas más evidentes de que la ciudadanía pontana mira a “La Matallana” para desarrollar algún tipo de negocio en el casco urbano de Puente Genil son sus efectos en otros puntos que están a nada más y nada menos que un paso de distancia. Es una expresión, pero salir del Paseo del Romeral o subir la Cuesta Baena para adentrarnos en la calle Aguilar nos ilustra a la perfección cómo una calle eminentemente comercial puede debilitarse hasta el punto de no generar ningún foco de interés para abrir un negocio e incluso vivir en ella. Lo que le da la vida son momentos puntuales como la Navidad, la Cuaresma y la Semana Santa. Pero en apenas 200 metros de calle, los que transcurren entre la esquina con Fernán Pérez y Amargura. ¿Por qué hemos llegado a esta situación tan triste para una calle tan céntrica de la ciudad?

El proyecto que transformó por completo tanto el Paseo del Romeral como la calle Aguilar fue el punto de partida hacia lo que hoy vemos a un lado de la acera y a otro. Locales comerciales vacíos con carteles en la puerta de “se vende” o “se alquila”. A ellos se le ha sumado el “se traspasa” del Bar Rey, que tras la jubilación de su dueño ha perdido uno de los mayores activos económicos. También perderá en mes y medio a Eugenio, que también pone fin a su etapa laboral. La eliminación de los aparcamientos hizo un daño irreversible a la calle Aguilar. La sociedad en general está mal acostumbrada a tenerlo todo a mano: vehículo para aparcar en la puerta de casa o de la tienda de turno para sacar el máximo partido a la comodidad. 

     

Pero ese comportamiento sigue resistiendo cuando lo conveniente es asumir que es necesario cambiar la mentalidad para las personas, pensar de otra manera. Aplicada por cierto cuando se viaja en coche privado a otra ciudad o municipio con sus calles del centro pensadas por y para los peatones, obligan al consumidor a pagar por aparcar si quiere que su vehículo esté en el centro o a alejarse del núcleo urbano para estacionar el coche a una distancia relativa del lugar de destino. Eso que con aceptación hacemos en otros lugares, en Puente Genil cuesta trabajo. Puede influir en ello el desnivel existente entre el barrio bajo y el alto, pero tampoco hay que olvidar que los vecinos son cada vez más longevos.

Puente Genil y sus gentes no pueden vivir ajenos a ver cómo una de sus calles más transitadas en Cuaresma y Semana Santa se muere poco a poco y casi de pena. Como trata de reflejar Francisco Gómez en su artículo de agosto de este año sobre los cuarteles como agentes conservadores del patrimonio y dinamizador social de la ciudad, no sólo hace falta que los partidos políticos con representación en el Ayuntamiento o los emprendedores hagan explícito su compromiso con lo que les mueve. Bien sus vecinos o bien sus clientes. La profunda depresión de la calle Aguilar debe agitar la conciencia de la sociedad pontana hasta el punto de expresar qué quiere de ella. Le hemos dado tanta vida que da auténtico vértigo pensar en el riesgo de “dejarla morir”.

       

 

     
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