Desde 1986 son numerosos, y casi siempre deliciosos, los testimonios de los distintos protagonistas de la vida de Puente Genil recogidos en nuestras páginas.
Treinta y cinco años de permanencia ininterrumpida de una publicación, permiten la presencia en nuestra revista de pontanenses que un día, a lo largo de distintas épocas, marcaron la vida de nuestro pueblo o, simplemente, gozaron del cariño y el afecto popular.
Con el ánimo de contar de nuevo con su presencia, de volver a traerlos junto a nosotros, iremos recuperando algunos de esos testimonios que en forma de entrevistas quedaron plasmados para la posteridad.
Publicado en El Pontón nº 17, diciembre 1987
Original de Miguel Jiménez López
No ha resultado tarea fácil encontrar un hueco entre sus ocupaciones para hablar con Angelita Martín Flores. A diario anda azacanada en sus clases de baile, pero en estos días ha tenido que desplazarse a distintas poblaciones de Andalucía con el grupo de danzas «EL ZÁNGANO” donde como siempre ha dejado bien patente la extrema calidad de sus pupilos. Al fin, pasadas las Navidades conseguí localizarla en casa de un familiar. Mientras conversamos apaciblemente en la penumbra de la sala de estar, muestra los perfiles de su rostro rigurosamente cincelados en la serenidad de quien está de vuelta de muchas cosas y por ello desprende una iluminadora sensación de enriquecimiento.
«Vine al mundo en la calle Linares, en el seno de una familia numerosa en la que ocupo el quinto lugar entre siete hermanos. Cuando tenía siete años, mis padres se trasladaron a la calle Elcano donde ha transcurrido casi el resto de mi vida. Estando allí asistí a la Academia que tenían «Las Monteritas» junto al cuartel de Los Apóstoles, en la que enseñaban las cuatro reglas y a hacer labores de bordados. Luego pasé a la Compañía de María, donde terminé los estudios elementales que entonces se estilaban. De este modo, tanto mi infancia, como mi adolescencia, discurrieron en la Cuesta Vitas, Madre de Dios, Huerta de la Barca, etc., en suma, por el Barrio Bajo, por el que siento auténtica pasión.
El trasladarme hace unos años a la calle Aguilar, fue motivado en parte, por invertir unos ahorrillos, pero sobre todo por darles a mis padres el gusto de ver a Jesús Nazareno a poca distancia de su balcón el Viernes Santo por la tarde. Siendo niña, casi por casualidad asistí al ensayo de una comedía en el desván de la casa de Falange, en la calle Madre de Dios. Me gustó tanto que volví varias veces con mis amigas y con estas visitas fui descubriendo que allí podía entrar todo el que lo deseara. En Navidad se instalaba un nacimiento y en esos días de Pascua hacían pestiños por las tardes con los que obsequiaban a todo el mundo. Con estas muestras de hospitalidad nos animábamos todas las chiquillas a entrar, y así, junto con Loli Riquelme, Chuchi Robledo, Loli Huertas y otras, me fui haciendo asidua de aquélla acogedora casa.»
Al hablar mueve las manos en una filigrana personalísima, como si quisiera recoger las palabras y convertirlas en mariposas mágicas con traje de volantes. Es un saber vivo en la comarca que tiene la certeza de que el arte es descubrimiento y no comunicación. Posee una memoria que no precisa intermediarios para atravesar el humo espeso del recuerdo, porque para ella, lo verdaderamente importante no es conocer sino sentir y saber, una sabiduría y un sentimiento distantes de ese realismo mostrenco que con pertinaz gravedad nos acerca cotidianamente.
«Llegó un día en que la jefa de Falange, Carmen Moreno, nos llamó a todas y nos propuso afiliarnos para poder asistir a los campamentos y albergues. Mis amigas se apuntaron de inmediato, pero yo tardé tres años en hacerlo porque mi padre no quería que perteneciera a nada. Cuando se convenció de que todo aquello era de índole, cultural y se limitaba a difundir el folklore, accedió a autorizarme y me firmó el impreso. De esta suerte fue como pude ir el año 49 al primer campamento, al de la Hiedra en la provincia de Jaén. Por entonces mi hermano Antonio había cumplido un año y comenzó a acompañarme a todas partes. Con el tiempo, aun siendo un chiquillo, llegaría a cantarle a las niñas más pequeñas para que bailaran. Entre mis compañeras, yo despuntaba en el baile hasta tal punto de que cuando se ausentaba la instructora, Sole Domínguez, me autorizaba a sustituirla. Al cumplir 17 años hice un cursillo para dirigir los Círculos de Juventudes Más adelante conseguí el título de profesora de Educación Física y pasé a ocuparme de los alumnos de todos los colegios nacionales del pueblo a los que daba clases dos veces por semana. Posteriormente realicé un curso específico de danza en San Fernando (Cádiz). Esa ha sido siempre mi verdadera vocación, la danza. Con ocho años ya enfilaba a las niñas en la calle Elcano para bailar sevillanas. Yo me ponía en la ventana y les hacía el compás golpeando los tiestos de la Fuente del Chisme, ya que mi madre no podía costearme unas castañuelas. Cuando desapareció la Sección Femenina, tuve un tiempo de intervalo en el baile, en el que me dediqué a los equipos deportivos. En aquellas fechas conseguimos en balonmano femenino el primer puesto de los Campeonatos de España de los años 71 y 73 en Madrid. Igualmente obtuvimos la misma clasificación en el año 75 en Alicante y en el 77 en Castellón”.
Toda su vida ha sido un camino construido de obstinación y esperanza. Un aliento consumido y no acabado en un amor por las cosas de su tierra como un fuego interminable que a sí mismo se devora sin extinguirse, incombustible como una metáfora feliz. Ha ido tejiendo a su paso una malla de afectos y adhesiones que a ella se le antoja tan tenue como los cristales de nieve, pero a sus espaldas, a ojos de quien mira desapasionadamente, es tan firme como un yunque de fragua. De todas formas, y a pesar de la adversidad física, no se da por vencida ni renuncia a sus conquistas porque entiende que el precio de la derrota es tener que ir diciendo adiós a las cosas.
«Mi afición a la danza me llevó a interesarme por los bailes autóctonos: el Zángano, el Fandango Pontanés y el Perdigón. El Zángano lo bailaron en la posguerra María Jesús y Carmen Moreno, Elisa y Fepilina Reina en la puerta de la Purificación y con acompañamiento de orquesta. En la labor de rescate me ayudaron todas ellas, junto a María Reina Bajo y Mercedes Gómez de Cisneros, que diseñó los ropajes. Fuimos por todas las riberas y cortijos indagando, pero fue en Puerto Alegre, cuando estuvimos viendo bailar a varias hortelanas, donde nos indicaron la persona que nos asesoraría adecuadamente. Se trataba de Carmen Vida, una anciana que guardaba fielmente en la memoria todos los pasos del Zángano. Cuando montamos la primera actuación en el Hogar del Pensionista invitamos especialmente a esta buena mujer, que se encontraba ya en el asilo, a presenciar la danza. Cuando Carmen Vida vio su deseo cumplido lloró de emoción sin poder contenerse. El fandango de Fuente Genil también está rescatado, pero mi ambición secreta es encontrar intérpretes de el Perdigón, un estilo desaparecido, que según mis noticias, conserva una familia de Sotogordo. Aunque parezca inmodestia he de confesar que organicé todos los grupos de Sección Femenina durante tres generaciones, hasta quedar en lo que hoy es el grupo «El Zángano», al desaparecer el organismo que nos tutelaba. Cuando falleció el siempre recordado José Bedmar «El Seco», mis hermanos Miguel y Antonio continuaron, uno cantando y el otro a la guitarra. No se me caen los anillos si digo que ambos han sido fundamentales para la pervivencia del grupo de baile. Cuando Antonio se ausenta, se resiente todo el conjunto y especialmente la rondalla.»
La mentalidad burocrática transita con fervor por nuestro ámbito, de ahí que abunden los personajes con la idea fija del escalafón. Ella, que tantos galardones merecidos ha recibido, es consciente de que, desde el potro de las frustraciones al sofá de los homenajes, no media ni la distancia de un suspiro .Por ello ha conseguida superar, en un alarde de pragmatismo la fusión memorial de ideología y anécdota, y ha alcanzado a comprender que la función primordial de la persona es vivir, y no existir prolongando la vida con renuncias, y que lo peor que puede ocurrirle a una criatura es languidecer en el olvido, arrullada por un fondo de violines.
«La primera vez que actuó «El Zángano» en la caseta municipal de Feria, mi hermano Miguel, al presentarnos dijo claramente: «Este grupo proviene de la antigua Sección Femenina«. Así pues, que nadie se llame a engaño. Al fin y al cabo, yo he mantenido la cantera a través de los años, con o sin ayuda. En la Huerta de la Barca, en cierta ocasión en que se celebraba una fiesta, alguien al micrófono aludió a «las niñas de Angelita» y se puso de pie medio auditorio. Eran mujeres de todas las edades que habían sido mis alumnas. El Grupo «Zángano» tiene su presidente, Manuel Rosales, secretario, tesorero, etc. y yo soy la directora artística. Lo que no tenemos es una sede propia, ni roperos, ni otras necesidades elementales. A pesar de todos estos inconvenientes hemos conseguido cuantiosos premios y nuestras actuaciones son numerosísimas, tanto en invierno como en verano. Francia, el País Vasco, levante, Extremadura, TV, etc. han sido escenarios de nuestros éxitos. La última actuación fue en Coín (Málaga), donde quedamos mejor que otros grupos extranjeros. Yo tengo un impedimento físico que me prohíbe bailar, pero no me daré por vencida hasta que deje el Grupo en buenas manos, en una persona que continúe recogiendo y mostrando todas nuestras tradiciones folklóricas. Para ello es indispensable el apoyo decidido de algún estamento. Por falta de esta ayuda se perdió la Coral Santa Cecilia, Los Matopavis y tantas cosas buenas. De todas maneras, creo que hay que insistir, que porfiar, porque la comodidad nos pierde. Se necesitan grandes dosis de altruismo para soportar las incomodidades de los viajes, hospedajes, comidas extrañas, etc. Luego, en el escenario, se olvidan todos los pesares y se da todo por bien empleado.
No me importa confesar que colaboraré con la política que exista en cada momento con tal de sacar estos proyectos adelante porque, en definitiva, la única política que me parece válida es Puente Genil».