El Pontón

Las entrevistas de El Pontón. Hoy con… Antonio Ramírez Molina

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Desde 1986 son numerosos, y casi siempre deliciosos, los testimonios de los distintos protagonistas de la vida de Puente Genil recogidos en nuestras páginas.

Treinta y cinco años de permanencia ininterrumpida de una publicación, permiten la presencia en nuestra revista de pontanenses que un día, a lo largo de distintas épocas, marcaron la vida de nuestro pueblo o, simplemente, gozaron del cariño y el afecto popular.

Con el ánimo de contar de nuevo con su presencia, de volver a traerlos junto a nosotros, iremos recuperando algunos de esos testimonios que en forma de entrevistas quedaron plasmados para la posteridad. 

     
Antonio Ramírez Molina

Publicado en El Pontón nº 11 y 12, febrero y marzo 1987

Original de Miguel Jiménez López

Antonio Ramírez Molina ha dado en ser una tesela más de las que componen ese mosaico polícromo y variado que conforman el entramado social pontanés. A esta cuasi tierra de promisión, que es la nuestra, han arribado desde la matriz de los tiempos gentes de toda condición y origen que se han ido entusiasmando con la idiosincrasia nativa. Ramírez, como escuetamente se le identifica, sin renunciar a sus raíces, hizo una apuesta por nuestros pagos, y confiesa que la ganó, entre otras razones porque no se siente atado a los mitos intangibles ni a los atavismos sin macula con los que se suele apostillar a 1a. patria chica.

«Mi pueblo natal es Aguilar de la Frontera. Allí vine al mundo en mayo de 1922 en el seno de una familia numerosa formada por cinco hermanos. Mi padre trabajaba al servicio de la Diputación Provincial en la sección de Obras Públicas, por lo que mi infancia discurrió plácidamente y pude acceder a los estudios primarias que por entonces estaban en vigor. La Guerra Civil nos sorprendió a toda la familia en una casa de peones camineros cerca de la Fuente de la Higuera y allí capeamos el temporal como pudimos. En el año 1940, con ocasión de mi incorporación a filas, me destinaron al 79 Depósito de Sementales, ubicado en Puente Genil, en el Molino del Marqués. A los pocos meses de encontrarme entre los pontanenses estaba encantado por la simpatía de la gente y su cordialidad a toda prueba. Hice muchas amistades y sobre todo me eché la primera novia, que por cierto ha sido la única ya que es mi actual esposa, María Ascensión Bachot Cortés, que ha compartido mi vida en lo bueno y en lo malo y que me ha dado nueve hijos, cuatro varones y cinco hembras, que son –todos– mi alegría, los cuales a su vez me han hecho abuelo diecinueve veces, como si se tratara de una familia bíblica».

Es un nombre morigerado y reflexivo, consciente de que la palabra es a veces madriguera de necedad y traición, y a veces una solución mágica demasiado certera. Alguien pudiera concluir que su prudencia es exagerada, pero no hay tal, porque siente lo que dice con toda sinceridad y no falsea ni edulcora sus admiraciones. Para él no hay ninguna rama parasitaria en el árbol de sus afectos y con su actitud desmiente a porfía aquél dicho popular envenenado que asegura que nunca fue grande un señor a los ojos de un escudero.

“Con la intervención de Don Andrés Moreno Carvajal, que a la sazón era Primer Teniente Alcalde, ingresé en el Ayuntamiento en febrero de 1946. Creo que no he defraudado a mi mentor que en aquellas fechas depositó toda su confianza en mi persona. El primer empleo fue de guardia municipal, siendo alcalde Don Rafael Reina Carvajal. Por entonces todas las oficinas eran corridas y no existían compartimentos. Cuatro o cinco años más tarde el Alcalde Don José María Morales Melgar me nombró Ordenanza Segundo, destino que desempeñé hasta el año 1956, en el que mediante un concurso-oposición obtuve la plaza de Ordenanza Mayor y Jefe de Personal Subalterno presidiendo la Corporación Municipal Don Jesús Aguilar Luna. A lo largo de cuarenta y un años de funcionario he conocido cerca de diez alcaldes, pues además de los ya mencionados ocuparon el despacho Don Miguel Robledo Roldán, Don Miguel Salas Ariza, Don Manuel García Cejas, Don Manuel Baena Jiménez y accidentalmente alguno que otro como fue el caso de Don Federico Abaurre Reina. Todos ellos se trataron con el mayor respeto y consideración y guardo un gran recuerdo de sus respectivos mandatos. Creo que el de Alcalde es un cargo con muchas servidumbres y no pocos sacrificios por lo que para mí, todo aquel que ocupe el sillón es digno de admirar desde el punto en que se convierte en el blanco de todas las iras e ingratitudes”.       

Ha sido testigo involuntario y silencioso de grandes proyectos municipales que hicieron agua e, igualmente, de aviesas maquinaciones dignas de personajes florentinos que se urdieron en la Casa Grande. Sin quererlo y sin pensarlo se convirtió en un Sinuhé vernáculo y con galoncillo de oro en la bocamanga que, mudo y no sordo, ha ido conociendo los pormenores de los altruistas que han buscado la prosperidad del pueblo, y al mismo tiempo, la vida y milagros de los personajillos que han ido siempre medrando para su capacha. La suya es una vida enriquecida de un uranio interior que no omite radiaciones porque para algunos supondría poco menos que un cataclismo nuclear.

     

«Aunque tiene sus compensaciones de vez en cuando, este es un puesto muy ingrato. La ventanilla, para algunos vecinos viene a ser un confesionario, para otros en cambio, supone algo así como la tablilla de un coto contra la que se sienten obligados a disparar toda su munición de bilis y en algunos casos con muy mal estilo. Los años me han ido curtiendo en estos lances, pero aun así hoy día se advierte en el público una mayor desconsideración hacia el interlocutor y, por qué no decirlo, se palpa un grado menor de educación e incluso prima la insolencia y hasta una arrogancia sin sentido en muchas personas, Yo he procurado siempre ser amable y atento con todo el mundo, porque estoy convencido de que estoy al servicio de la administración y a ello me debo, pero a pesar de todo siempre habrá descontentos. Sucesos jocosos y sorprendentes no han faltado y en este sentido recuerdo a un buen señor que vino del campo para que le rellenara una instancia. Cuando le pregunté el nombre de su esposa para transcribirlo, me contesto: «Pos no sé, porque nos tratamos de usted y nunca me ha picao la curiosidá. El de los cuatro chiquillos si los recuerdo: el Manolillo, la Carmencita…». Cuando volvió al cortijo a por los datos que faltaban, pensé yo que, si tratando de usted a su mujer había tenido cuatro hijos, si llega a tener más confianza con ella hubiera reunido un equipo de fútbol»

El hombre por antonomasia va comprobando a tientas, poco a poco, que solo es inmenso lo que no puede abarcar; solo tenebroso lo que no conoce; solo terrible lo que no comprende. Asumiendo todas estas limitaciones, nuestro Ramírez evita en todo instante hacer juicios de valor, ni mucho menos de intenciones, porque está convencido de que siempre se hace justicia a costa de otro, y de otra parte, porque le repelen los maquiavelos de bolsillo que pronuncian sus ahuecados veredictos, casi siempre impregnados de moralina, como si ellos hubieran inventado la conciencia.

«Tengo un sentimiento de admiración por una persona excepcional. Se trata de Don Rafael Valentín, que fue el primer secretario del alcalde en su día. Tenía una inteligencia tan aguda que daba frío y traspasaba el tiempo hasta anticiparse a los acontecimientos. Eran las suyas unas premoniciones que casi siempre se cumplían. Sin duda, era un don natural de privilegio porque sin tener estudios de jurisprudencia sabía más leyes que un notario. Era la conjunción perfecta de memoria y entendimiento.

¿La Semana Santa? La defiendo a capa y espada. En general me siento vinculado a todas las fiestas pontanas, no en balde he sido miembro y colaborador de la Comisión de Festejos durante veinte años. En 1980, mis compañeros, el día de Santa Rita, Patrona de los funcionarios de la Administración Local me regalaron una placa por llevar más de veinticinco años de servicio. Es el único galardón que se me ha concedido. El próximo mes de mayo me jubilo después de estos cuarenta y tantos años al pie del cañón. No me asusta pasar a la condición de pensionista. Una pasión que nunca he ocultado y que siempre he procurado practicar es la de salir al campo, pasear en los espacios abiertos, contemplar la naturaleza y los animales. Así que no me faltará donde entretenerme. Sí quiero, antes de que se produzca este tránsito, pedir disculpas a todas aquellas personas que creen que no les atendí como se merecían. Que me perdonen, porque todo lo he hecho por amor a este Pueblo, que es el mío, y en todo caso por razones de trabajo que me fueron impuestas».

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