El Pontón

Las entrevistas de El Pontón. Hoy con… FRANCISCO JIMÉNEZ CARMONA

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Desde 1986 son numerosos, y casi siempre deliciosos, los testimonios de los distintos protagonistas de la vida de Puente Genil recogidos en nuestras páginas.

Treinta y cinco años de permanencia ininterrumpida de una publicación, permiten la presencia en nuestra revista de pontanenses que un día, a lo largo de distintas épocas, marcaron la vida de nuestro pueblo o, simplemente, gozaron del cariño y el afecto popular.

Con el ánimo de contar de nuevo con su presencia, de volver a traerlos junto a nosotros, iremos recuperando algunos de esos testimonios que en forma de entrevistas quedaron plasmados para la posteridad. 

     
Francisco Jiménez Carmona, fundador de Iluminaciones Ximenez

Publicado en El Pontón nº 6, septiembre 1986.

Original de Miguel Jiménez López

Francisco Jiménez Carmona nos atiende en su despacho de empresario rodeado de pergaminos, fotografías y galardones conseguidos en un sinnúmero de ferias. Su figura, reclinada en el sillón, más que la de un capitán de empresa recuerda la de un senador romano asentado en la sabiduría que le dan sus 65 años y su larga experiencia en la brega del vivir. Nos habla en un tono tan mesurado y con una cadencia de voz tan distante de lo habitual que parece educado en un liceo francés. La charla se prolonga, amable y distendida, dando la impresión de que su tiempo es un espacio cordial, sin vértigo ni compromisos inmediatos.

«De niño yo hacía rabona para bañarme en el río, quizás con demasiada frecuencia. Mi padre Felipe Jiménez Rejano, era una persona muy recta y cuando supo por el maestro que hacía novillos me advirtió que me mandaría al campo si no cambiaba de comportamiento. Yo no le presté demasiada atención y porfié en mis ausencias al colegio, hasta el punto que obligué a mi progenitor a cumplir su amenaza. Así fue como me vi en el cortijo Pata Mulo ayudándole a llevar las cuentas a mi tío Manuel que era el administrador. Un buen día, Don Carlos Moreno, el propietario, al que le había caído simpático, me preguntó: «¿Francisquillo, a ti que te gustaría ser?». Sin pensarlo dos veces repliqué con convicción: «Electricista». De esta suerte y gracias a las gestiones que este buen hombre hizo con Don Femando Reina, entré de aprendiz de electricista en la fábrica La Alianza a las órdenes de Francisco Molina Rey, que fue mi maestro. Allí fui ascendiendo en el escalafón, pero yo aspiraba a otra cosa y por eso me presenté en Sevilla a unas oposiciones para auxiliar de telégrafos. Obtuve plaza junto al recientemente fallecido Manolo García (q.e.p.d.), pero mi padre, tan chapado a la antigua, se opuso a que me marchara del pueblo hasta que no hiciera el servicio militar. Quedaba claro que el Señor no me había destinado a transmitir en morse».

La inteligencia es el arte de encontrar una salida a las situaciones difíciles, y de este modo, integrado en la fatalidad de las reglas de supervivencia, comprobó que la escasez agudiza el ingenio para suplir carencias. Llegó al convencimiento de que el trabajo es la manera de deshacerse de la realidad, haciendo de la necesidad virtud, alejándose del optimismo plano y chato, propio de las almas que sólo tienen una dimensión. Nunca entendió la vida como una pasión inútil, ni llegó a aferrarse a las cosas como la carne al hueso, porque siempre intuyó que quien nada en la abundancia corre el riesgo de ahogarse.

«Cuando salí del pueblo para hacer la mili se abrió un mundo nuevo para mí, tan ensotado estaba en nuestro terruño. Allí me percaté de que el cabo lo pasaba mejor que el soldado y conseguí los galones. Tratando de mejorar siempre, me hice cabo primero tras seguir un cursillo, y así hubiera continuado de no haberlo impedido la Guerra Civil. Cuando se hizo la calma volví a mi empleo, pero conservando las inquietudes que produjeron la salida al exterior. La primera oportunidad me la brindó Jesús Aguilar Luna, siendo alcalde, pues gracias a él puse el alumbrado de la Feria de Mayo del año 41, con una estructura metálica que me fabricó Antonio Palos, el herrero. Poco después Vicente Jiménez el sastre, aprovechando que iba de cacería a Bobadilla me invitó a acompañarle y allí conseguí un contrato para las fiestas. Luego las cosas vinieron rodadas y me avisaron para Badolatosa, Casariche y otros pueblos del entorno. Esto me animó y alquilé una furgoneta a la que le puse el rótulo «XIMENEZ – Zona Costa del Sol – Vehículo n.° 41», porque me pareció que con ello daba sensación de solidez y solvencia. Viví por esas rutas de Dios toda clase de peripecias junto a mi hermano Manolo y un socio madrileño. Recuerdo que en una feria de Marbella faltaban elementos para vestir a los gigantes y cabezudos. Ni cortos ni perezosos Paco Velasco y yo sacamos al rey y a la reina. Con tanto trajín y tanta danza por las calles yo sudaba como un turco, y cuando salí del castillete a tomar aire, me encontré con Don Manuel Vergara que contemplaba la cabalgata desde la acera. Cuando me reconoció, exclamó asombrado: «¡Vamos, si no lo veo, no lo creo!». Yo le dije: «Pues espérate que vas a conocer a mi consorte». Cuando Paco salió de debajo de las faldas de la reina, Vergara se llevaba las manos a la cabeza sorprendido y admirado».       

Adiestrado en el ejercicio estimulante de la paradoja y la ironía, le ocurre que echa por tierra, con una broma, cualquiera de esas conversaciones insoportables que a veces levantamos sin darnos cuenta, como laboriosos monumentos al tedio. Sus chanzas, espontáneas y sin filo, carecen de la sequedad y la enojosa precisión de las máximas. Aun envuelto en su propia sorna, él es consciente de que nuestra pequeña historia está tejida de inexactitudes que damos por buenas porque nos regimos por la ley de la inercia, de lo cómodo.

     

«Sobre mí corren muchas anécdotas, unas ciertas y otras no tanto. Una de las que quisiera desmentir es la de la estatua. Ocurrió que, entre feria y feria, puse una tienda en la que vendía aparatos de radio a plazos. El director de un banco se quejó de que mis clientes devolvían las letras. Por entonces los efectos los ejecutaba un cobrador a domicilio que anotaba las incidencias en la plantilla. Lleno de recelo, incluí en una remesa un efecto en el que el librador era la estatua de Manuel Reina, la del paseo. Naturalmente fue devuelto y puede verificar que no había ninguna anotación escrita del cobrador. Así le demostré al director que el empleado de su banco no ponía demasiado celo en su trabajo y que muchas devoluciones eran ficticias. La verdad es que en nuestro ámbito te ponen una etiqueta y quedas marcado de por vida. Una insinuación malévola o un comentario envenenado pueden cambiar los derroteros de una existencia. De todas formas, hay muy buena gente, y en ese sentido quiero manifestar mi reconocimiento a una persona que me tendió la mano cuando estuve inmovilizado en cama, con una bolsa de hielo en el vientre a causa de una hemorragia gástrica. En aquellas fechas mis seis hijos se tapaban con una gorra. Esa persona que me ayudó a salvar el bache y a salir adelante fue Guillermo Reina, que se portó como un buen cristiano».

Fintar los derrotes del morlaco de la suerte requiere habilidad y no poca entereza. Sortear los hachazos de la envidia es una tarea no menos ardua e ingrata. De todo ello y de otras asechanzas se ha desembarazado este hombre a golpes de buen humor. A lo mejor, sin él sospecharlo, ese carácter suyo que propende a mostrar el lado jocoso de las cosas, esa inclinación innata a provocar la sonrisa aún en las situaciones de mayor congoja, no es más que una coraza, un escudo protector para defenderse de las agresiones que le han asaeteado en su caminar por este mundo.

«Fueron muy duros los comienzos. Granjearse la simpatía de los responsables de las ferias no era una minucia. Pero yo tenía confianza en mi trabajo y logré abrirme camino sin ayuda de nadie, ni siquiera de la familia. Sí tuve, y tengo, una gran devoción por una imagen del Corazón de Jesús a la que dedicaba mis plegarias. No en vano soy semanantero y estuve 7 años en Los Profetas, 8en Los Testigos y 25 que llevo en el Imperio. También fui Hermano Mayor de la Soledad y pronto seré ayudante de Jesús Nazareno. Hoy quizás seamos la empresa más fuerte de España en iluminaciones. De nuestra ejecutoria dan fe multitud de premios conseguidos en toda la geografía española: Primer Premio de las Fallas de Valencia desde el 73 hasta hoy, el de las Hogueras de San Juan de Alicante, Festivales de la Costa del Sol, Festivales de Música y Danza de Granada, Diploma en la II Exposición de Artesanía Comarcal, Premio a la Imagen Prestigio y Expansión. Hoy contamos con una flota de 20vehículos y somos contratistas de las principales poblaciones andaluzas, de Levante, Extremadura, Norte de África, Baleares y las Palmas. Más de medio centenar de familias están en la firma y pronto abriremos una nave en San Pancracio de 1.200 m2que se sumará a la actual que es aún mayor. Todo esto es resultado del tesón de una empresa familiar en la que existe una fuerte cohesión. Mi hijo Jesús es el Jefe de Contabilidad, Francisco actúa de Director Comercial y Mariano es quien diseña los motivos de los arcos. Mis otros tres hijos son Charo, que es maestra, Pablo que regenta una tienda de material eléctrico y Tere que es una excelente ama de casa. Cuando iluminamos Bruselas me propuse competir con los países del Mercado Común y con este fin estoy adaptando unas piezas especiales homologadas internacionalmente. El próximo febrero se cumple el 40 aniversario de la empresa y organizaremos una comida y una cabalgata para celebrarlo. Todavía me ocurren casos curiosos en los viajes. En una ciudad a la que iluminé en Navidades con motivos de Mickey Mouse, me espetó un americano muy airado: «¿Usted no sabe que estos personajes están patentados por la firma Walt Disney? ¡Le voy a demandar!» Yo, sin afligirme, le contesté: «Pero hombre de Dios, si en esta empresa funcionamos con un alambre y una guita». Se echó a reír, nos fuimos de copas y acabose el pleito».

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