El Pontón

Las entrevistas de El Pontón. Hoy con… FRANCISCO PALOS CHAPARRO

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Publicado en El Pontón nº 15, octubre 1987

Original de Miguel Jiménez López

El taller de Francisco José Palos Chaparro se encuentra en el traspatio de su casa, en la calle Linares. Banco, mazo y pico de gorrión consiguen sublimar toda la modestia del recinto merced a un singular estado de gracia estética. En el ambiente sobrenada un perfume a madera noble, en el que destaca inconfundible el del cedro, como una silenciosa plegaria vegetal. Entre volutas, bustos y perfiles se adivina ese frágil instante en que la belleza sabe transmitir escalofríos. 

     

«Mi nacimiento tuvo algo de predestinación, pues vine al mundo en la Cuesta Vitas, calle donde, como se sabe, vivió el imaginero que esculpió la imagen de San Juan. Mi casa era la numerada actualmente con el 16 y poco después de venir al mundo en 1935, mi familia se trasladó a Herrera donde permaneció hasta cumplir los nueve años. A esa edad el salto fue aún mayor, pues nos fuimos a vivir a Sevilla. En aquella ciudad estudié en los Salesianos de la Trinidad hasta los 14 años y posteriormente ingresé de aprendiz en la Hispano Aviación, pero a mí no me gustaba la mecánica y transcurrido un año dejé la factoría. En 1952 la familia retornó a Puente Genil y al poco tiempo descubrí mi vocación auténtica al incorporarme como aprendiz de tallista en la Amuebladora Espejo, donde recibí las primeras lecciones del maestro Parra.

Alterné mi aprendizaje con las lecciones nocturnas de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios. Mi profesor D. Francisco Ortega Reina me aconsejó a los pocos meses que dejara la clase porque no tenían nada que enseñarme y que procurara ingresar en la Academia de Bellas Artes, consejo que no pude seguir por falta de recursos. La verdad es que yo poseía un dominio instintivo del dibujo y las láminas que nos ponían de modelo las resolvía en pocos trazos. De esta suerte me dediqué en profundidad a la talla y entré ya como oficial en el Taller de Felipe Ligero. Pero un afamado maestro de talla de la localidad, Manuel Hernández, «el Bombo», echó detrás de mí hasta que consiguió que me fuese al taller que tenía en el Cerrillo. Él fue quien me pulió y me inició en la imaginería, pues en su casa se hacían figuras en madera».

Viajamos con nuestras imaginaciones y recuerdos y lo que vamos creando o sonando son memorias y nostalgias. Quizás sea verdad que el fin último de toda cultura sea el arte y la melancolía. Atendiendo a estos postulados Francisco José Palos ha elevado sus inquietudes a la categoría de refinado arte del espíritu y ha interpretado sus zozobras con la sola virtud de su gubia dirigida por sus sabias manos de escultura yacente que desbastan la madera hasta descubrir su alma más recóndita, fiel trasunto de la suya propia.

«Los tiempos no eran muy propicios para la talla de artesanía en Puente Genil que tantos buenos oficiales tenía en aquellas fechas. Así que en 1962 marché a Barcelona, donde estuve cuatro años de modelista en una fábrica de series de retablos, figuras románicas, quijotes, sanchos, etc. De vuelta a Puente Genil me asocié con otros dos buenos tallistas, Francisco Delgado “el Melli” y Rafael Pozo Galisteo. Cuando a los dos años se disolvió la sociedad, me establecí en la calle Horno por mi cuenta y a poco me fueron encargando imágenes de Semana Santa. Las primeras fueron la Magdalena, Misericordia, San Juan, el Romano y la Virgen que acompañan en el mismo trono al Cristo. En el 69 hice el Resucitado chiquito y en el 72 realicé el Ángel de la Oración del Huerto. Con el taller en la calle Linares tallé en el 73 los respiraderos de la Columna y al año siguiente di comienzo a la imagen del Cristo de la Misericordia, que terminó dos años más tarde. En el 77 esculpí un San Juan Evangelista para el notario D. José Moyano Reina y que hoy día está en la capilla del Cortijo «La Vieja». Para La Roda hice en el 79 la Virgen de la Mediación. Tras un paréntesis de algunos años realizo en el 83 la Virgen de la Estrella y en el 84 varios encargos como EL PRESO CHIQUITO, el trono del CRISTO de la MISERICORDIA, la Virgen de la Cruz del paso de San Juan y en Herrera, el paso del Resucitado, la restauración de Los Azotes y San Juan Evangelista. En el año 86 comencé el Cristo de la Cofradía de la Santa Cena de Córdoba y los respiraderos de El Preso. Actualmente estoy tallando tres figuras del nuevo paso de El Lavatorio en cedro real y basado en la escena de un cuadro de Tintoretto, Tengo varios encargos más pero apalabrados y sin confirmar, por lo que no puedo ser más explícito».

La imaginería es un modo de ver la realidad evangélica, inclusa de acariciarla, que descarta a priori todo atisbo de plebeyez espiritual. El artista desea la perfección del mismo modo que la materia apetece la forma. Es una denodada búsqueda en la que entran en liza todos los saberes aprendidos y aún olvidados, toda la tensión emocional de una sensibilidad en trance frente a un trozo de madera inerte, una lucha entre la vigilia y el letargo de la que el imaginero sale triunfante, convertido en pontífice de un culto antiguo consciente del vértigo infinito de la creación.

“A mi regreso de Barcelona me casé con Carmeluchi Arévalo Chaparro y ninguno de nuestros cuatro hijos siente inclinación por este oficio, y es que hay que tener una fuerte vocación innata, sobre todo si se es autodidacta, como en mi caso. Yo me he pasado las noches estudiando anatomía, monografías de grandes maestros, láminas, Los Evangelios, obras de arte y hasta el Kempis. Siento predilección por el Barroco sevillano y entre los imagineros prefiero a Montañés y muy especialmente a Juan de Mesa que, con su Cristo de la Buena Muerte, representa la perfección de un artista genial. De mis obras escogería la Virgen de la Cruz por su acentuada expresión de dolorosa y el Cristo de la Misericordia para el que me inspiré en la Expiración sevillana. Otras imágenes de mi gusto de nuestra Semana Santa son la Humildad y la Soledad. No tengo predilección para esculpir vírgenes o cristos, aunque en verdad un crucificado supone la reválida de todo buen imaginero ya que las dolorosas son de vestir por lo que el trabajo de talla se reduce a cabeza, manos y pies. No hay una técnica especial para esculpir, aunque cabe distinguir al escultor del imaginero ya que este precisa de un sentido religioso y de una formación evangélica que le permita trasladar a la madera ese sentimiento impalpable que debe conmover a los fieles. Hoy proliferan las imágenes de serie hechas a máquina o reproducciones sin personalidad por ser más baratas. Este es un oficio a extinguir porque no hay aprendices, ni los artistas están protegidos con ayudas oficiales. Para crear escuela habría que contar con 10 o 12 encargos anuales y de ser así yo tendría también mi taller de encarnado y policromado. Esto da para ir tirando después de trabajar 9 y 10 horas al día. Me ayudo con la talla decorativa que, aunque rutinaria, me sirve de distracción cuando algún día no me encuentro inspirado con las imágenes».       

     
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