Original de Miguel Jiménez López en El Pontón nº 34, junio 1989
Juan Campos Reina, nuestro exitoso novelista, nos recibe en el chalé «Las Quebradas» donde reside con su familia durante frecuentes visitas que nos hace. Tras una breve espera, se presenta con la apariencia de un galán italiano, tanto por su cuidado atuendo como por su sincera amabilidad y maneras afectuosas. Sus alusiones a la dorada madurez de los años no hacen más que resaltar su aspecto juvenil y su auténtica pasión por la aventura diaria de la vida.
«Nací en 1946, en una casa próxima a la de Don Pedro Gamonal en la Cuesta Baena. Mis primeros años escolares transcurrieron en el colegio de los Padres Franciscanos para después hacer el bachiller en la academia de Don Jesús Palma. íbamos a Cabra a examinarnos y tengo un recuerdo muy grato de aquellas fechas y de aquel profesorado tan excelente. En mi memoria perdura la delicadeza y gran formación de Don José Aranda y el tesón de Don Jesús Palma que daba clases durante el día y estudiaba de noche. Después inicié la carrera de derecho en Sevilla, ciudad que se convirtió en mi segunda patria desde los dieciséis años. Al cumplir los veintiséis aprobé las oposiciones para inspector de trabajo y me trasladaron a Galicia. Anduve por Lugo y visitaba con frecuencia Santiago de Compostela, toda una región inolvidable, bien por el carácter cariñoso de los gallegos, bien por sus campos siempre verdes y su buena mesa. De allí me trasladaron a Palma de Mallorca, después a Barcelona y finalmente a Málaga, donde resido actualmente. En mis primeros destinos yo hacía una vida un tanto bohemia. Prácticamente residía en el coche donde tenía más de cien libros además de la ropa y otros enseres. Me detenía en los lugares que más me agradaban sin mayor preocupación. Echo de menos aquella provisionalidad, pero considero que es bueno tener un sitio donde volver, tener unas raíces. Debo decir que me siento profundamente pontanés y cordobés, y viene a cuento comentar que, en todas las épocas culturales, se tira del hilo y aparece un cordobés o un artista pontanés. Basta analizar el devenir cultural de nuestro país. Estamos incardinados en la cultura española con toda propiedad».
La charla transcurre fluida y amena en un mirador de la finca desde donde se domina Sierra Gorda, la aldea de Sotogordo y al fondo el Genil, componiendo un paisaje casi palestino, como un nacimiento a gran escala. En estos retiros temporales se desquita Juan Campos de la hiriente intolerancia visual del hormigón y de la despersonalización de la ciudad. En el contacto con la naturaleza vuelve a encontrar la huella de sus pasos perdidos, en una secreta eclosión lírica, en la que no falta un atisbo de éxtasis por el feliz hallazgo de sus raíces, de su identidad.
«Tengo vocación de escritor y la he cultivado desde mucho antes de publicar Santepar, pero con tal recato que ni siquiera los amigos lo sabían. Con asiduidad escribo desde los 21 años y de hecho ya tenía una novela de unas 230 páginas. Si he de definirme tendría que decir que me siento creativo en general, y pudiera haberme inclinado por la música u otro arte. Después de superar la barrera de los cuarenta se escribe desde el escepticismo. Coincide con otros autores en que la inspiración no existe. Lo que cuenta de verdad es la labor diaria, la constancia, la fuerza de voluntad, eso que irónicamente denominan algunos escritores como la «expiración». Las editoriales apuestan por lo seguro, con una total ausencia de altruismo, y por otra parte no existe una orientación para los autores noveles. En mi caso quizá haya que hacer una salvedad, pues Jaime Salinas, cuando dirigía Alfaguara me escribió amablemente y me dio algunos consejos. De otro lado, la crítica ha sido generosa con Santepar. Esto no quita para que reconozca que las editoriales son muy poco sensibles. Como ilustración de este comentario viene al pelo relatar que mi agente literario, Carmen Barcells, me mostró en su casa de Barcelona, una habitación enorme con miles de obras de autores que no han conseguido publicar, entre ellos muy buenos escritores. En buena medida también influye la suerte. En la Feria del libro de Francfurt, se presentaron dos señores muy circunspectos y educados al stand de mi agente literario, interesándose exclusivamente por mi novela y mis perspectivas literarias. El feliz resultado de la entrevista es que Santepar se publicará en otoño en Alemania».
La conversación discurre en una morosa complacencia, delicada y amable, casi voluptuosa, en el exquisito placer de no tener prisa, esa otra vertiente de la mala educación. No dice Juan verdades absolutas ni axiomas categóricos como acostumbramos a oír con demasiada frecuencia, lo cual le excluye de la plebeyez espiritual y el serial de vanidades que nos invade. Es como una fiesta de la imaginación, llena de aciertos y centelleos, de intuiciones profundas y felicísimas acuñaciones.
«Mi vida transcurre en Málaga de un modo un tanto independiente. Con mi esposa y mis cuatro hijos tengo más bien relaciones hogareñas que hacia el exterior, entre otras cosas porque no tengo unas metas marcadas ni me han interesado nunca. Visito con frecuencia Puente Genil para ver a mis padres y demás familiares y porque le tengo apego al terruño. De nuestra Semana Santa debo decir que cumple una función social estabilizadora. Los pueblos con equilibrio tienen la vida ritualizada. Así los ingleses, el té; en San Sebastián las peñas gastronómicas, etc. En Puente Genil, sin duda esa faceta equilibradora le corresponde a la Semana Santa. De pequeño me vestía el Domingo de Resurrección en los Testigos Falsos y en otra ocasión, con los amigos, quisimos llevar el paso de San Juan y por poco se nos cae al suelo. Volviendo a la literatura, estoy escribiendo actualmente una novela extensa, la primera de una trilogía, toda ella relacionada con Puente Genil. No está incardinada en un ámbito costumbrista, sino en un ambiente cerrado. Por lo general, tomo notas durante bastante tiempo y recojo ideas y las paso a una carpeta. Es una elaboración lenta, porque incluso hago dibujos y croquis, es decir, trabajo con estructuras, aunque posteriormente los personajes cobren vida propia y rompan el esquema previo».