El Pontón

LAS ENTREVISTAS DE EL PONTÓN – Hoy con… Mario Reina Bajo

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Desde 1986 son numerosos, y casi siempre deliciosos, los testimonios de los distintos protagonistas de la vida de Puente Genil recogidos en nuestras páginas.

Treinta y cinco años de permanencia ininterrumpida de una publicación, permiten la presencia en nuestra revista de pontanenses que un día, a lo largo de distintas épocas, marcaron la vida de nuestro pueblo o, simplemente, gozaron del cariño y el afecto popular.

Con el ánimo de contar de nuevo con su presencia, de volver a traerlos junto a nosotros, iremos recuperando algunos de esos testimonios que en forma de entrevistas quedaron plasmados para la posteridad. 

     
Mario Reina Bajo en 1986

Publicado en El Pontón nº 3, junio 1986. Original de Miguel Jiménez López.

Pocos son los que consienten en someterse a una entrevista. Alegando unos tener poco que decir y refugiándose otros en un caparazón de modestia, rechazan la oferta las más de las veces. Mario Reina Bajo, pontanés de excelencia, no sólo aceptó la invitación, sino que a la salida de la función del Corpus me aguijó en tono de broma: «Date prisa o tendrás que entrevistarme en el camposanto», haciendo alarde de un humor sarcástico, en una cabriola a su propia vida, impregnada de dualidades, de alegrías y desengaños, éxito y lucha, realidad e imaginación.

«Tengo 68 años, pero he vivido con tal intensidad que me siento como un octogenario. De joven trabajé con mi padre administrándole la finca de labor y otros negocios como la explotación del suministro de aguas potables de Herrera. Vivimos seis años en Santaella y tres en Casariche, poblaciones en las que efectuamos la traída de agua potable. Siempre fui muy independiente y, tal vez por ello, una etapa de mi vida la dediqué a la correduría junto a mi buen amigo Manolo Soria. En el 53, la firma Espuny, con la que ya estaba empleado, me trasladó a Martos y desde aquella fecha estuve al frente de una extractora de aceite de orujo, ocupación en la que permanecí catorce años. Finalmente me jubilé por enfermedad en el 72».

Su paso por este mundo ha sido una dolorosa escalada por los quebrantados tramos de su salud. Gran diabético, sufrió un infarto en el 61, del que le quedó la secuela de una afección coronaria y una disnea casi constante. Para colmar este cáliz de amargor, hace unos años tuvo una hemiplejía de la que lentamente se va recobrando. De todos modos, él ha superado estos contratiempos con un salero y una jovialidad fuera de lo común, convencido de que vivir es un ir dejando paso a más vida, en una sucesión de duelos y despedidas de uno mismo.

«A mi médico le digo que qué trabajito le va a costar pasaportarme. Estoy a régimen riguroso desde hace muchos años y me aplico unos parches de nitroglicerina para prevenir una recaída. El trago largo de la adversidad no me ha podido. Mi baluarte es sin duda el buen humor, contra el que se estrellan todos los contratiempos. Estando en la feria de Córdoba con Manolo Soria, le propuse que, en vez de gastarnos el dinero en el ferial, nos operásemos en una clínica. “Bueno, a mí me da lo mismo”, replicó Manolo que se ha distinguido siempre por su carácter bonachón y su cachaza. A él le intervinieron de una hernia y a mí me extirparon el apéndice, y a otra cosa. Cuando el infarto de Martos, mi situación era tan penosa que tenían que administrarme los alimentos triturados. Un amigo, hipocondríaco él, fue a visitarme y se arrinconó en la habitación al verme en tal estado. Por señas lo llamé, y cuando se aproximó a la cama le dije muy quedito: “Yo me voy de este barrio, pero dentro de tres días te espero”. De un respingo despavorido desapareció en un santiamén y ya no volví a verlo más por la casa».

La habitación donde me recibe está recamada de cuadros de antepasados, y entre la barroca decoración sobresale una urna de cristal y madera tallada en la que se guarda una pequeña imagen de la Virgen de la Soledad. Me cuenta que toda la familia es devota de esta advocación desde que la abuela de su esposa, que fue en tiempos la camarera, le regalara un manto bordado en oro a la titular para procesionaria en Semana Santa. Por terceras personas me consta que él fue el motor económico de la cofradía durante una buena porción de años.       

«Me llamaban “El Latiguillo” porque los tenía a todos flagelados pidiendo limosnas para reformas y mejoras. Siempre he sido muy semanantero y a la par que a la Soledad pertenecí a la Corporación Los Defensores de Jesús -hoy fusionada con Los Jetones- cerca de doce años. La Semana Santa ha ganado en orden y organización, aunque todavía no sea modélica. Hazte cargo de que mi padre, en tiempos de Primo de Rivera, encerró a la Soledad a las dos de la tarde, y todo porque un Delegado Gubernativo quiso imponerle un horario. Hoy no pasa eso ni mucho menos. También fui tenor de la Schola Cantorum desde el 46, con Don Isidro, hasta el año 80. Todo esto viene como resultado de una acendrada fe católica de la que soy asiduo practicante. Esta convicción tan firme me ha permitido relacionarme con el clero sin excesivo rigor protocolario. En una ocasión en que me habían regalado un jamón, mi hermano Gonzalo que vive en la planta baja, invitó a su casa a un sacerdote. Estaba yo reposando la siesta y observaba que, de cuando en cuando, mi hermano mandaba a uno de sus chicos por un plato de jamón y una botella de vino del que me regalaba mi amigo José María Espuny. Cuando a las cuatro de la tarde me dispuse a salir para mi trabajo, entré al piso de él y comprobé quienes eran los comensales. En un repente se me ocurrió decirle: “Gonzalo, si te parece bien, mañana yo pongo el cura, y tú el jamón y el vino”. El clérigo, percatándose del lance, no pudo aguantar la risa».

     

La felicidad quizá dependa más bien de la capacidad de olvido, pero este hombre no ha querido nunca cerrar el morral de la memoria, y así siguió el impulso instintivo de ayudar al hombre doliente, seleccionando lo valioso de entre la maraña atroz de lo superfluo. Con su bondad natural y grandes dosis de altruismo, fue el impulsor de la Asociación de Padres de Disminuidos Psíquicos y Físicos, y promotor del Colegio de Educación Especial San Alberto Magno.

«Formando un trío con Alejandro González y Salvador Criado se consiguió allegar unos fondos que nos permitieron independizarnos de la asociación comarcal de Lucena. Alcanzado este objetivo, se formalizó la Junta de la Asociación de Puente-Genil, legalmente constituida, en la que sus integrantes se entregaron en cuerpo y alma, entre ellos Federico Abaurre, Pedro Rivas, Luis Fernando Gómez y otros tantos, hasta conseguir materializar nuestras ilusiones con la creación del colegio. Para ello contamos con la inestimable ayuda de nuestra paisana Josefina Mohedano que hizo de hada providencial en Madrid. Yo estaba jubilado, y por ello pude dedicarle todo mi tiempo a este proyecto que hoy es una hermosa realidad. Fui presidente de la Asociación durante ocho años, y a raíz de la hemiplejía me nombraron Presidente Honorario a Perpetuidad. Esta es una de mis grandes satisfacciones por cuanto concierne muy de lleno a mi hijo Óscar, tan popular. Otro galardón inefable es el resto de mis hijos: Jorge, licenciado en Ciencias Exactas; Mario, Ingeniero Industrial y Silvia que está terminando Empresariales. En ellos veo compensados todos mis sacrificios».

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