El Pontón

Las entrevistas de El Pontón – Hoy con… RAFAEL GONZÁLEZ ROMERO, «EL BREVO»

Tiempo de lectura: 6 minutos
Comparte

Desde 1986 son numerosos, y casi siempre deliciosos, los testimonios de los distintos protagonistas de la vida de Puente Genil recogidos en nuestras páginas.

Treinta y cinco años de permanencia ininterrumpida de una publicación, permiten la presencia en nuestra revista de pontanenses que un día, a lo largo de distintas épocas, marcaron la vida de nuestro pueblo o, simplemente, gozaron del cariño y el afecto popular.

Con el ánimo de contar de nuevo con su presencia, de volver a traerlos junto a nosotros, iremos recuperando algunos de esos testimonios que en forma de entrevistas quedaron plasmados para la posteridad. 

     

Publicado en El Pontón nº 5, agosto 1986. Original de Miguel Jiménez López.

Ni en el gran mostacho fin de siglo, ni en las sienes de Rafael González Romero aparece todavía la plata delatora de la madurez, a pesar de haber cumplido 57 años, edad que no aparenta gracias a que tampoco le adornan las adiposidades propias de los que rebasan el medio siglo. Cuando llego a su casa en el Callejón Bajo, donde vive solo, acepta sin demasiados circunloquios la invitación para una charla informal en un rincón de un bar de Miragenil donde departimos entre unas copas de vino, teniendo como tapiz de fondo la cinta verde del Genil que pasa limpio y crecido como en sus mejores días.

«Mi tatarabuelo ya se dedicaba a la reparación de norias. Él fue quien construyó el canal de la fábrica de la Alianza, en seco, a base de cortinas de estanquería, con clavos de ala de mosca que se llamaban de tercia. Luego, con la azuda que todavía queda río arriba, se desvió el curso de las aguas dándole la bifurcación que tiene actualmente. Así fue como mi familia se instaló en esa industria eléctrica y harinera, hasta el punto de que mi abuelo Plácido González se crio en el recinto fabril en tiempos de don Fernando Reina y posteriormente alcanzó el cargo de Carpintero de Obra Basta en la plantilla. El sobrenombre de «el Brevo» data de muy antiguo. Al parecer, uno de mis antepasados estando componiendo una noria, se subió a una higuera, y un hortelano, al verlo encaramado en el árbol, le espetó: «¿Ah, también te gustan las brevas?». Y de ahí se fue cundiendo «El de las brevas» que finalmente quedó en «El Brevo», alias que yo he heredado. «Brevos» no hay más que unos en el término y todos somos parientes cercanos».

Hay quien transcurre por la vida con la decidida inclinación de ser masa, con la espeluznante vocación de ser como un grano sembrado que se pudre y no florecerá nunca en espiga. Otros, una minoría, se arriesgan, y aunque toda elección puede ser una equivocación, el no poder serlo todo, les obliga a ser algo al menos. Esto suele acontecer cuando la profesionalidad no viene avalada por la coacción, cuando se encuentra en ella deleite y no imperativo.

«A mi padre, por ser el primogénito de su casa, le correspondía en La Alianza el destino de mi abuelo por derecho de mayorazgo. Sin embargo, por no gustarle las ataduras ni la rutina de un trabajo diario sujeto a las varillas del reloj, renunció al cargo y se dedicó exclusivamente a la reparación de norias por su cuenta. No le faltaron competidores, pero todos fracasaron, de suerte que fue el único Maestro de Obra Basta de su generación. Marchaba a las riberas con sus herramientas y su sabiduría antigua, al reclamo de los hortelanos, que le pagaban espléndidamente y le hacían obsequios de fruta cuando terminaba su faena. Por entonces había hasta dieciséis norias, todas con nombre propio: «Las Carracheras», «El Cuerno», «El Canon», «La Bella», «La Pina» y «La Camacha» en la Ribera Baja. En la Galana estuvo la de «El Soto». Otras eran la de Portalegre, El Rabanal (la mayor con 20 mt. de diámetro), la Piedra del Yeso, Cordobilla, Majadavieja y Sotogordo. En El Palomar estaba la de «Los Cuencas», y más próximas al pueblo las de «El Añolito» y «La Carraca». Tenía mi progenitor trabajo para todo el año e incluso a veces se veía en la necesidad de echar mano de brigadas de voluntarios, como cuando tenía que reponer las zapatas, operación que requería levantar el eje de la noria en una maniobra para la que se precisaba una gran viga y mucha mano de obra por carecer en aquellos tiempos de grúas».

Su aspecto magro y fibroso da sensación de fortaleza y seguridad en sí mismo, una entereza muy distante de la uniformidad que rige en el género humano y que le hace menos vulnerable. Cuando habla de norias muestra una precisión en la palabra que inclina a pensar que la inteligencia de la naturaleza escapa incluso a la clarividencia de la poesía. Contemplando su rostro esculpido en aristas como mascarón de proa, se llega al convencimiento de que siempre habrá hombres que no soporten la vida en cuadrículas ni la rigidez calvinista de las clasificaciones.       

«Yo seguí el rastro de mi padre desde los 8 o 10 años. Él fue mi auténtico maestro. Como algo natural depositó en mí su confianza al ser varón único en la familia. Me parece que soy el último Maestro de Obra Basta que queda en el contorno. Vivo solo y soy soltero sin compromiso. La gente se extraña de que no sepa nadar, y es que, siendo niño «El Encala» me dio tal zambullida en Majadavieja que aborrecí el agua para siempre. Gracias a Dios, porque en la tierra del vino la querencia al agua resulta una ordinariez. Me he caído varias veces en la misma canal de la noria que reparaba, y a duras penas me sostuve sobre el agua agarrado a las vigas hasta que los hortelanos acudían en mi socorro. Me encuentro estupendamente pues hasta ahora tan solo me ha fallado la dentadura. Mi profesión hace tiempo que se extinguió, y desde entonces me dedico a fabricar astiles, componer carruajes, y en invierno a los molinos. Cuando no hay nada me empleo de peón raso, porque fuera de las tareas de mi oficio no quiero poner nada de mi caletre. La idea de la noria del festival flamenco creo que la dio José María Abaurre. La hice en 13 días con la ayuda de Cayetano y trabajando a destajo. Joaquín Velasco dio la solución para que funcionara en el escenario. Fue el año del homenaje a Antonio Mairena, el cual tuvo unas palabras de recuerdo para Ricardo Molina. En el acto, el alcalde Miguel Salas se comprometió a instalarla en el río, y así fue como con la ayuda de Pedro Rivas, que puso unas vigas de su padre, de Manuel Ríos «Sietemachos» y de otros pocos amigos, quedó colocada frente al Peñón del Tarajal aquella Navidad».

     



El Tarajal 1977. El Brevo, Siete Machos y Perico Rivas

Sus músculos, con la tensión que presta a sus descripciones, adquieren el latido de un pájaro expirante, a lo largo de una conversación rica en claves y esoterismos, drapeada de historias con remusgo a tiempos más plácidos y sosegados. Es su propia vida la que, con profundo acorde visceral, late en el fondo de sus palabras, en el ansia acuciante de sustituir la hiriente realidad por un pretérito más gratificante. Detrás de cada palabra que pronuncia hay una verdad que ontológicamente se funde con él.

«La noria árabe que aquí se usaba consta de innumerables piezas que sería muy prolijo describir. A grandes rasgos se podrían enumerar algunas de ellas. El eje era un tronco de encina hacheado con hacha de pie y calados para las zapatas, las cuales había que reponer todos los años. En esas esclopaduras iban alojadas las madres, que eran de pino flandes para evitar el viciado. Sobre el eje también descansaban los puntales, los platos y las brazas, y acoplando todos estos elementos estaban los tabaques, que cumplían la misión de arriostrar la noria. Los cinteos, que se hacian de pino gallego, afianzaban las puntas de las madres y las medianas. Los motillos actuaban de separadores entre las madres. El álabe era el tablero de presa que hacía andar la noria cuando corría poca agua, sustituyendo a los volaores. El embarazón era la rueda con dos orificios a la que iba atado con soga el cangilón de cerámica. La cesta era la estructura para recoger el agua, compuesta a su vez por el andaraje, el manzanillo, la alcantarilla y el añeclin. La base de la armadura integraba la canal, con el tablerillo, el tablero y el pescante que servía para regular el caudal mediante una soga. También había otros artilugios en la base como los pies, sobrepiés, la puente y la colchona, todos ellos entibados por los judíos y las entibas. Después de la noria propiamente dicha había que contar con la torre de agua, la mangueta y las canales. Todo esto lamentablemente es ya historia, porque de tantas norias solo queda una en pie, aunque maltrecha, que es la de El Rabanal. En una población murciana las hay de hierro y aunque parezca aberrante no deja de ser un hermoso testimonio del pasado. La que se instaló aquí se abandonó a su suerte y a la incuria. Alguna vez se rumureó la creación de una Asociación de Amigos de las Norias y creo que sería bonito rescatar algo tan nuestro».

¿Interesante? Compártelo

Artículos Relacionados