El Pontón

Las entrevistas de El Pontón. Hoy con… VICENTE RUBIO CABO

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Desde 1986 son numerosos, y casi siempre deliciosos, los testimonios de los distintos protagonistas de la vida de Puente Genil recogidos en nuestras páginas.

Treinta y cinco años de permanencia ininterrumpida de una publicación, permiten la presencia en nuestra revista de pontanenses que un día, a lo largo de distintas épocas, marcaron la vida de nuestro pueblo o, simplemente, gozaron del cariño y el afecto popular.

Con el ánimo de contar de nuevo con su presencia, de volver a traerlos junto a nosotros, iremos recuperando algunos de esos testimonios que en forma de entrevistas quedaron plasmados para la posteridad. 

     
Vicente Rubio Cabo

Publicado en El Pontón nº 8, noviembre 1986

Original de Miguel Jiménez López

Quien ha visto estos años pasados a Vicente Rubio Cabo casi no lo conoce ahora. Aún convaleciente de un trasplante de riñón presenta un aspecto tan saludable y con tan buen tono en el semblante que se confundiría con otra persona de no ser por su marcado acento valenciano y el taladro vivísimo de sus ojos azules que evidencia la huella de una vitalidad sometida a la más refinada lírica. En su conversación pone un aire amigo que le viene de su saber del corazón de las gentes y de los sueños y soledades que cada uno lleva en la cartera del espíritu.

«Nací en Foyos, un pueblo muy próximo a Valencia, en abril de 1930. Cuando tenía seis años, a causa de la inestabilidad de la guerra, mis padres decidieron regresar a Serra, su pueblo natal, que por estar a 26 kilómetros de la capital era una población más sosegada. En su término está la Cartuja de Porta-Coeli que fue restaurada por los frailes cartujos en la postguerra. El prior de esta comunidad fue quien me enseñó a ratos perdidos a hacer octosílabos contando las sílabas del verso con los dedos. Por aquellos parajes se encuentra la finca «La Pobleta», un reducto maravilloso con paisajes que son auténticos vergeles, que yo recorrí en la infancia y en la adolescencia. Allí fue donde me aficioné a amar la naturaleza, a desarrollar la imaginación y a meditar en solitario. Fui un niño aislado en su propia fantasía, que fomentaba con abundantes lecturas. Nervioso y emotivo, encontré en la vida interior, en la introversión, los verdaderos perfiles de mi vida. Intenté estudiar el bachiller en el instituto Luis Vives valenciano, pero la escasez de medios en la familia, por un lado, y mi absorbente pasión por la lectura y la libertad del campo por otro, enfriaron mis ánimos de estudiante y lo dejé».

Durante la tertulia uno no puede dejar de preguntarse a qué obligados y dolorosos episodios tuvo que asomarse para vislumbrar esa queja interior de la que brota su verso. Coincide en que la literatura es el libro de arena sin principio ni fin en el que el número de sus páginas es infinito, y que escribir al fin y a la postre, no es más que una vía de conocimiento. Su vida no ha sido fácil, ni tampoco lo ha sido el entendimiento de su clave esotérica, siempre dispuesta a quebrarse al primer embate y a saltar por los aires. A pesar de ello mantuvo a porfía su entereza sin dejarse despeñar por el talud de la facilidad.

«Pero la cruda realidad terminó por imponerse y así tuve que trabajar en los bosques de Serra, en la construcción de edificios y carreteras, y hasta de cantero. En las idas y venidas al tajo, atravesando montes en solitario, componía poesías y dramas en verso con un lápiz y un papel de estraza, al paso, sin detenerme. De esta suerte llegaba a tener el cuerpo en un sitio y el alma en otro. En ocasiones rompía a llorar a causa del dolor que me producían los callos reventados, pero la poesía me salvaba. Por aquella zona veraneaban gentes acomodadas que celebraban reuniones a las que yo acudía para charlar de literatura y arte. Ellos se sorprendían de que una persona tan sensible se empleara en trabajos tan penosos. En el hotel «Les Forques» se daban unas verbenas veraniegas en las que estos valencianos pudientes celebraban recitales y representaciones en los que yo intervenía. Al cumplir los 20 años, un comerciante de estos me hizo su agente de compras en Andalucía, empleo que desempeñé durante casi dos lustros. Luego estuve tres años en Zaragoza de encargado de una empresa química que obtenía cobre de residuos de piritas. Al depreciarse este metal, cerró la fábrica y me vine a Puente-Genil con un camión que compré para dedicarme al transporte».       

No se define ni culterano ni conceptista, porque sus versos están más allá de la corteza que los pueda envolver y tienen densidad propia. Su poesía es la coartada para reconciliarse con la vida, el latido de la naturaleza que aroma su frente de hombre pensativo. Sus poemas son la demostración de que el pensamiento queda despojado de sus gangas y se refleja en un clima superior, ajeno a todo matiz surrealista. Lo suyo es apresar el instante y darle eternidad, impregnando a todas sus creaciones con un polen personalísimo que recoge el pálpito de la nostalgia y la dicha de hallarse entre los demás y reconocerse abrasado en sueños.

     

«Ya me había casado en el 62 con una pontanesa, Carmen Sánchez Ramos, con quien mantuve un noviazgo de siete años. Este pueblo fue para mí un feliz descubrimiento. Su vitalismo y sus gentes tan emprendedoras y dinámicas me cautivaron. Su término es el centro de la cruz de varias provincias y en el confluyen hablas y formas de vida diversas que los pontanos han asumido con la mayor naturalidad. Me dediqué al transporte 17 años, hasta que en 1980 una insuficiencia renal crónica me impidió seguir al volante. En ese tiempo continué haciendo poemas, y cuando se me ocurrían expresiones o metáforas felices aparcaba el vehículo y las pasaba al papel. Era la manera de liberarme de un trabajo rutinario que hacía maquinalmente. Esta dicotomía de mis dos vidas paralelas la plasmé en un soneto que dice:

“Yo sé mi soledad encadenada

al surco cotidiano de la vida

nunca bienes tangibles, de otros brida

hube tenido yo, ni tengo nada.

Pero sé de la hogaza bien ganada

con mi mano temprana encallecida

sentí mi sal de lágrimas en la herida

que vendó, en el soñar, noche estrellada.

Crece fatiga que en mi cuerpo medra

y, hecho argamasa en el sudor,

mi norte, fuego el verano me modeló en piedra

que el acero invernal clavó de escarcha.

Fue espuela mi vivir, brutal resorte

con voz de capataz que dice: ¡En marcha!”

Paradójicamente la enfermedad me hizo feliz, porque pude dedicarme a escribir, a leer, a oír música, y es que de camionero no veía el final del túnel de una vida tan dura y que no me agradaba»

No es amigo de fanfarrias y por eso se recluyó voluntariamente en su soledad interior y rechazó una vida transformada en pasarela, esa suerte de escaparate en que la única vida es desvivida en el necio figurar y en la incorporación oficial al vacío. Sin saberlo, el hombre genérico compone su existir de acuerdo con las leyes de la belleza aún en los momentos de más profunda desesperación, y los mejores, como él, rechazan esa devastadora superficialidad que ha dado en llamarse cultura de masas.

«Pertenecí a Los Profetas once años, porque me gusta la Semana Santa. Creo que las cosas humanas se han hecho para los humanos. Lo divino pertenece a otra dimensión y Jesús vino a ser la conjunción conciliadora de esta dualidad. Por no exponerme a negativas o a que me hicieran un feo nunca he pedido nada a nadie, a pesar de mi escaso sentido práctico. Curiosamente soy un devorador de novela y ensayo, y la poesía me gusta hacerla, no leerla. Por similitud en el discurrir de la vida me gusta Miguel Hernández, y por su dulzura Juan Ramón. Carezco de formación musical, pero Mozart me emociona sin fatigarme por su bien calculada ternura. La creación literaria supone horas de dedicación, y a veces, en el transcurso de ellas, surge la iluminación. De todas formas, debe haber un incentivo para que cristalicen las ideas que revolotean por la cabeza y se sacuda la pereza. En ese ambiente de lectura y recogimiento se han criado mis hijos cuyas notas me hacen feliz. Vicente hace 6.° de Medicina; Isabel, Filología Inglesa, y Juan y Carmen María estudian en el instituto y en 6.° de E.G.B. respectivamente. Se puede decir que en vez de un pan han traído un libro bajo el brazo. No tengo ambiciones literarias y no me he dado a conocer. Soy refractario a “venderme”. Mi ámbito está en lo local y por eso no he tirado piedras más lejos. Mi sueño dorado es hacer una buena novela, pero esto es una obra titánica, y prefiero las obras cortas como los sonetos, aunque su condensación sea difícil. Amigos íntimos tengo pocos, pero no soy un solitario porque me gusta la comunicación. La verdad es que no vivo socialmente pero no desentono cuando se tercia. En cualquier caso, creo que el escritor debe aislarse, y en mi caso, estando en soledad me siento acompañado por que como asegura Machado “quien habla solo, espera hablar con Dios un día”.

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