El Pontón

MEMORIAS Y CORRERÍAS DE PEDRO LAVADO – CAPÍTULO 1

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En exclusiva para El Pontón (agosto 1986, núm. 5)

Nací en La Puente el 1 de febrero de 1932 en el número 6 de la calle Linares, hijo de Pedro y de Purificación, cinco hermanos uno de ellos, fallecido. Desde muy pequeño empiezo el trato con mayores, ya que mi oficio es bregar con el público en la plaza de abastos de abajo, vendiendo hortalizas en el puesto de mi madre.

En ocasiones, y según las estaciones del año, me ponía con lo que abundaba, o sea, temporada de habas, pimientos, naranjas etc., pues por aquel tiempo era muy corriente el ponerse con montones de estos géneros en las proximidades del mercado. 

     

Pues bien, a primeros de los años cuarenta, yo estaba un día vendiendo pimientos, que los daba 40 o 50 a la peseta, a base de pregonar mucho, pues tenía la voz limpia y potente, lógico en esa edad, y un vecino que tenía un tenderete de chacinas al lado, me dice: «bien podrías venirte a pregonar chorizos y te darías más a valer». Este Sr. era Quintero, conocido por el «Cojo rapeta» (y en verdad era cojo). Pues bien, un día se presenta frente a nosotros en una tabernita que había en el edificio de La Fama, y regentada por Perailes (gran aficionado al cante) el gran «Malospelos». El cojo, por lo que vi, era gran amigo suyo, pues le llamaba Tío. Este cojo que estaba toda la mañana, yendo y viniendo al aguardiente, me saca a cantar, pues el cojo cantaba extraordinariamente, y me picó; y así empieza mi afición.

Los días pasaban y yo escuchaba casi a diario a «Malospelos» o, por lo menos al Cojo y a Perailes, buenos malagueñeros.

Me voy de la Plaza y me meto de aprendiz de bollería y repartidor de estos géneros. Callejeando un día, siento cantar a Cayetano Muriel «Niño de Cabra», en «La Molina» (lo llevaba Don Francisco Jurado), y aquello fue el delirio, aunque a mí lo que de verdad me gustaba era la Hija de Juan Simón, y otros cantes similares, lógico del que empezaba por aquel entonces.

Pasa el tiempo, y me coloco con Juan María Prieto de albañil. Como siempre estaba cantando, me coge un día y me tiene hasta por la mañana, esto allá por el año 46 (casi me muero). Me quita de albañil y me coloca en su almacén en la calle Horno, me toca de Jefe a Don Emilio Moreno Carvajal (q.e.p.d.). Este señor que le gusta el cante y que era un elemento extraordinario, me tiene casi todos los días cantando en la taberna de Antonio Cantos (después «Amigos del Cante»), así es que voy de flamenco en flamenco.

Me salgo del almacén y me coloco con mis compañeros de albañilería Rafalito y Tomás Aranda, en un bar que abre el padre, en la calle Aguilar, antiguo café de «El Bomba». Y es allí donde conozco y escucho a «Malospelos», pues como todo el mundo sabe «Malospelos» era muy raro que cantara ante nadie, pero se conoce que ya viejo, al no insistirle la gente que cantara, él se brindaba a hacerlo, todo esto, sin cobrar nada. Y con él me perfecciono en malagueñas y jarrieras (cantes «atarantaos»).

Continuará       

     
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