El Pontón

MEMORIAS Y CORRERÍAS DE PEDRO LAVADO – CAPÍTULO 2: «Con Malospelos y el sargento Maera»

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En exclusiva para El Pontón de septiembre 1986, núm. 6

Nos habíamos quedado en los años 49 o 50 con «Malospelos», pero volvamos la vista atrás, porque se nos olvidan algunas cosas curiosas de aquel tiempo.

Resulta que estando de aprendiz de confitero, como decía antes, con Miguel Delgado, el confitero con mayor prestigio profesional que he conocido, en lo alto de la calle Horno, un día me manda, como era habitual por entonces, a por huevos, harina, azúcar o aceite -en este caso era por huevos-, y cuando estaba llegando con mi mercancía a la altura de su destino, que era el Romeral, se fraguaba un partido de fútbol, y faltaba uno. Y como era conocido por todos, me llaman y me dicen, “¡venga Perico que falta uno!”. Total, que echan pies y me toca de portero. Todos los chiquillos de aquel entonces, se acordarán de que se ponían dos piedras que hacían de postes. Pero cuando no las había a mano, se ponía lo que encartara… y en este caso lo que había más a mano, era el canasto de los huevos un lado, y una cazadorilla que me quité, al otro (esto lo cuento para que vean mi talento). Y pasó lo que tenía que pasar: que le pegaron un pelotazo al canasto y no quedó ni uno sano. ¡Figúrense la que se armó! Yo no sabía qué hacer, porque presentarse sin huevos era terrible. El equipo de fútbol no hacía nada más que reírse, y yo, desesperado, no tuve más que presentarme en el Cuartel de la Guardia Civil, frente a mi confitería, pensando que ellos pudieran arreglar el lío. Se lo cuento al de la puerta y se oye una voz desde el cuarto de al lado: “¡que entre ese muchacho!”. Entro… y era el «Sargento Maera» “¿De modo que has roto los huevos para los dulces de la boda de mi cuñada?” Yo no me acuerdo mucho, pero creo que me meé del susto. Entre tanto, el Sargento muerto de risa con el Guardia, comentando mi ocurrencia, me echa la mano por el hombro y cruzamos al horno. 

     

Antes de que el sargento abriese la boca, dice mi maestro: “¡Lo esperaba Don Antonio, lo esperaba! Este niño…”. Y dice el Sargento: Este niño es genial, se compran más huevos y aquí no ha pasado nada. Le tomé tal simpatía, que después de muchos años de estar trasladado fuera de Puente Genil, en un viaje a Madrid coincidimos, y le dije: ¿Señor, se acuerda de mí? Él estaba leyendo el periódico y se quedó mirándome; y le dije: yo soy el niño que rompió los huevos de sus cuñados; rompiendo entonces él en carcajadas.

Imagen cortesía de D. Juan Antonio Reina Muñoz

Así son las cosas. Sus cuñados, los que se casaban aquel día, eran y son, Don Jesús Baena, el practicante, y ella, la hermana de la mujer de… ¡MI SARGENTO!

Y volviendo con las rutas del cante. Me hago amigo del padre Del Puebla, que tenía varios puestos de encajes, bisuterías, frutos secos y tabaco, al igual que un taller y alquiler de bicicletas. Este hombre gustaba de ir al Bar X acompañado por mí. A las 3 o 4 copas ya estábamos canturreando. Después subíamos a su casa, apoyados el uno en el otro. Me toma cariño, y como persona de su confianza, pues cuando tenía que ausentarse del pueblo para reponer género, me decía: “vigila al Agustín (su hijo), que es un elemento, a ver si lo enmiendas”.

Pero resulta que el hijo y yo éramos iguales. Cuando se terminaba la faena, nos íbamos a Mateo Medina, a los bailes, a lo mejor de lo mejor, y con una cartera que no era corriente en muchachos de nuestra edad. Y por si fuera poco, compramos una gramola con un montón de placas al señor «Mantecas», por 25 duros. Este tenía la taberna de «Los Pisebres» (hoy «El Melón»)… Y de esta forma quería este buen hombre, que yo enderezara a su hijo.

Continuará…        

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