El Pontón

MEMORIAS Y CORRERÍAS DE PEDRO LAVADO CAPÍTULO 3: En la Feria…

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En exclusiva para El Pontón de octubre 1986, núm. 7

¡Cómo pasa el tiempo! Se avecina una feria de agosto, y me dice el «Chato Luna»: ¿Te quieres venir de camarero estos días?, y le dije, eso está hecho. Este hombre tenía la taberna en el Romeral, esquina a San Cristóbal. Le pongo de condición que no lleve a nadie más, puesto que yo era «mu capaz». De acuerdo, llega el primer día y me presento al trabajo.

Llevaba un pantalón negro, camisa blanca y zapatos de color, cosa que para este oficio no vale (pero es que no tenía otros), y me dice el «Chato», toma y ve a comprarte unas alpargatas negras. Dicho y hecho. Empiezo a trabajar y llega una reunión en la cual iba un «guasón» al estilo de XIMENEZ y me dice: compadre, tienes el pelo más bonito del pueblo, pero los pies son «dos curas acostaos». Cogí un «mosqueo» impresionante, pero dan las 4 de la tarde y la terraza se queda sola. Me dice el «Chato», vete a comer y te echas un rato hasta las 8, que luego tendrás «meneo». Me voy por el Real y me encuentro con los tres elementos más «peligrosos» de aquel entonces Ernesto Herrerías, Rafael Santaella y Manolo Marín (q.e.p.d.). Los dos primeros, que cantaban bien, y yo nos liamos y no había quien nos callara. Amanecimos en «Los Faroles», y ya «jartos de tó» nos da por pedir tres combinaos, (mezclas de varios licores); brindábamos, y al coleto. Más pronto estaba yo en el suelo. Me acuestan en una pila de sacos en la cámara del bar, y sobre el mediodía se presenta mi hermano, que repartía vino de «Los Delgado», con su encargao y le dice el dueño: Arriba hay uno durmiendo, que se parece a ti. 

     

Me «espabiló» y me dijo: vete para la casa, que luego hablaremos. Me echo a temblar, porque él era como mi padre, al que apenas conocí. Me fui más derecho que una vela, pero me encuentro a «Paco el de La Lola» (Francisco Amador), que era el mejor fandanguillero de aquel entonces en la comarca, y me dice: estoy esperando a unos amigos que nos van a solucionar la feria. Bueno, pues vengan copas. Estas entraban bien, porque había «dormío» por lo menos cinco horas.

Llegan los amigos, que eran maquinistas de la RENFE con buen sueldo y… tiempos de estraperlo, ¡Figúrense!… Lo mejor que salía de las cocinas era «pa nuestra mesa». Entre vino y cantes llega otra vez la noche, se marchan estos señores dejándonos 80 duros (la mitá pa cá uno) ¡ya éramos dos tíos! Nos liamos «toa» la feria de «granujas». Yo le cambié mis alpargatas a un avellanero, por sus zapatos, dándole 10 duros encima. Y así terminó mi complejo con tan dichoso calzado.

Pero llega la hora de un concurso de cante que se celebraba todos los años. Nos apuntamos y nos dan los dos primeros premios (50 duros), y a partir como hermanos. Pero terminando este concurso anunciaban por los altavoces el descarrilo del expreso Málaga-Madrid. Fuimos a la ayuda y rescate de heridos. Por cierto que en el Hospital se murió el maquinista, que era de Aguilar, apretando mi mano y la de una monja. Pero terminemos la «corría» y dejemos este mal sabor de boca. Amanecimos en la avenida de las «Angosturas» paralela al río y que desembocaba con la fábrica de «La Casualidad». Paco el de «La Lola» compró «dos mingos» con asadura en manteca, y unas alpargatas, las cuales se puso y tiró los zapatos al río diciéndome ¡No vales un duro, lo mejor que tenías y lo has «cambiao»!

Nos fuimos debajo de una acacia en la Cuesta del Molino a devorar los «bocaíllos» y una botella, pero en el primer «bocao» pudo el sueño más que nosotros. El sol con su gira nos descubrió y un carrero repartidor de yeso nos echó en lo alto, dejándonos en el tropezón, y ya «ca» uno «pa» su casa.

Yo iba «enjarinao» y cuando me vio mi madre me saludó con una alpargata (pero ésta iba en su mano), y desde entonces no he vuelto a calzar ningún diseño que se parezca a la protagonista de esta historia, que al fin y al cabo me sirvió para conservar amigos, pues el «Chato Luna» siempre que me ve me dice “¡Que cuento contigo este año!”.

Continuará…       

     
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