A lo largo de los últimos días hemos compartido las memorias de Pedro Lavado. Aquellas deliciosas memorias y correrías de Pedro Lavado que a lo largo de varios meses, y auspiciado por el genio de Luis Guillermo Porras Llamas, el genial cantaor quiso publicar en nuestra revista El Pontón hace más de treinta años.
Es nuestra forma de rendir homenaje a un hombre absolutamente imprescindible para entender el Puente Genil flamenco de hoy. En el número 132 de El Pontón de 15 de mayo 1998, nos hacíamos eco del fallecimiento del queridísimo Pedro con un doloroso artículo del que, a modo de epílogo y cierre de sus memorias, queremos participar a todo Puente Genil.
El pasado 25 de abril fallecía nuestro paisano y buen amigo Pedro Lavado. Hasta nuestro número 14 estuvo colaborando con “Memorias y aventuras de Pedro Lavado”, una serie de artículos escritos manualmente en los que relataba de una manera chispeante, con auténtico gracejo y desenvoltura, los avatares de su vida. La misma foto que ilustra este doloroso artículo acompañaba aquellas memorias suyas que interrumpió porque, al parecer, alguien le prometió escribir un libro con esos recuerdos y él, siempre lleno de nobleza, se creyó el bulo.
Luego colaboró de agente publicitario para comprar la moto con la que probablemente tuvo el fatal accidente. Para nosotros fue una persona muy próxima querida por las razones descritas y otras muchas, por lo que la Redacción ha sentido hondamente su deceso.
Al tiempo que expresamos nuestra más sincera condolencia a sus familiares y amigos, publicamos un hermoso artículo del prestigioso flamencólogo Agustín Gómez, escrito a su memoria.
Mientras celebrábamos en la Peña Manolo Caracol de Montalbán, el XXI aniversario de su fundación y el XXV de la muerte de su titular con el espectáculo de Jóvenes Flamencos, entregaba su alma a Dios el inefable amigo del cante Pedro Lavado en el Hospital Reina Sofía, después de tres meses en estado de coma profundo en el que quedó por una caída tonta de la Vespino en la que callejeaba por la Puente. Ha sido dos veces Premio Nacional de Córdoba, en 1959 y 1971. Recientemente fue nombrado Tabernero de Honor por el Consejo Regulador Montilla Moriles y la Peña El Mirabrás, de Fernán Núñez, le rindió homenaje en una semana cultural. Cuando sonaba el teléfono para darme la noticia me disponía a escribir la crónica satisfactoria de una gran noche en el itinerario del espectáculo formado por el concurso de la Diputación. La miel se ha hecho hiel y la crónica se me ha vuelto necrológica.
Cuántos recuerdos entrañables me vienen a la mente. Aquel día que se me presentó en Montilla acompañado de Rafael Beato, de Lucena, para brindarme su amistad, sus grabaciones y su experiencia cuando yo era un novato en el programa radiofónico que me duró treinta años. Pedro puso a su taberna de Santa Catalina 11, el título de “Los Amigos del Cante” en homenaje a mi saludo radiofónico diario. El dibujo que luego fue sello del “Rincón del Cante”, la silla con la guitarra terciada, lo creó él para emblema de su taberna. Recuerdo que fue mucho tiempo animador, con su riesgo y valentía, con su personalidad arrolladora, de la afición flamenca de Puente Genil. Se atrevía con la organización de festivales importantísimo en el Mesón del Rey, donde nos convocaba con Antonio Mairena, Fernanda y Bernarda, José Meneses, Antonio Ranchal… otras veces con Fosforito y Paco de Lucía, con Diego el Perote… Aquellas fiestas en la Huerta de la Barca, para las que nos hacía atravesar el río en una plataforma de madera, son más bagaje que su carisma, su simpatía y pasión cantaora.
“¿No es esto más bonito que el boxeo?”, solía decir. Le recuerdo tantas frases lapidarias y certeras… como aquel de que “el cante soy yo”-como si del Rey Sol se tratara- y tenía razón: con todo su dolor, con toda su dureza, con toda su aventura, con toda aquella pasión que lo echaba todo a un evite. Recuerdo una de aquellas reuniones de Santa Catalina 11, en la que con magnetófono de aquellos de maleta grandes buscaba yo un enchufe, me decía: “No grabes nada, vamos a vivirlo ahora, vamos a gastarlo y, si acaso, mañana volvemos y nos emborrachamos de nuevo oyendo el eco en estas cuatro paredes”. Entonces entendí al cantaor como un gran gastador de la vida. Pedro la gastó absolutamente convencido de que era lo único y lo mejor que podía hacer, sin temer jamás al día siguiente, porque tenía recursos personales y tenía profunda fe en la providencia, esa providencia que se ocupa de las florecillas del campo, de los pájaros que ni siembran ni guardan en graneros. Pedro ha sido el hombre más libre que he conocido, sin molestar jamás a nadie, con sus alas pequeñas de pajarillo.
Puente Genil le entendía y le quería, como su familia le adoraba, con ese amor y comprensión sensible que ni da ni pide explicaciones. Durará en el recuerdo porque fue un personaje auténticamente del pueblo, muy característico, anárquico, disparatado, tremendamente generoso y soñador.